viernes, 15 de mayo de 2009

SOCIEDAD


Noviembre 1995


Debemos tomarnos el tiempo necesario para analizar que está ocurriendo con la sociedad, despojándonos de nuestros intereses personales y dejando de lado si este sistema nos beneficia a nosotros en particular. Pongamos sobre la mesa los valores éticos y morales que la mayoría de nuestros abuelos y padres hacían un culto. Comencemos a hacer memoria, principalmente aquellos que vivimos los años 60 y 70 de profundos cambios sociales y políticos, (no tenga miedo a ser nostálgico). Por aquella época la meta era el bien común, se tenían aspiraciones y se creía en una patria grande en la cual no hubiera más discriminación, excluidos, desprotegidos, miseria y hambre entre los que no querían serlo, había ilusiones, esperanza en un futuro justo, construido entre todos y para todos, lo espiritual y lo humano estaban sobre lo material, se luchaba contra la imposición de un despiadado consumismo. Analizábamos toda la información que recibíamos de los medios, observábamos muy bien quien la decía y que intereses perseguía, nos tomábamos el tiempo para discutirla y procurábamos que no nos confundieran con discursos y opiniones apoyadas en premisas falsas. Fueron años de grandes cambios, donde todos se politizaban, no importaba la tendencia, importaba discutir y tener una idea para mejorar el futuro del país y su gente y no en lo personal únicamente.
Donde quedó toda esa grandeza, la solidaridad, la nacionalidad, la aspiración de un país para todos, de un país justo; acaso se quedó en la represión de los militares, en la violencia de algunos grupos, en el miedo, en la indiferencia, en la mentira de los políticos con la ambición de alcanzar el poder, en la deslealtad de traicionar los ideales y pensamientos con el único objetivo de perdurar en el poder o puesto, o en hacer cualquier acuerdo y alianza, por espuria y funesta que sea, con tal de no volver al llano o vivir como trabajadores, en el perdón y olvido de los asesinos, en la destrucción de la condición solidaria del ser humano, en la relegación de lo espiritual por lo material para salvarnos o en la loca carrera por adquirir bienes, como si fuera ésta la única forma de vivir felices.
Amigo, nos cambiaron nuestra ambición de ser libres, libres de espíritu, de ideales, libres desde adentro hacia afuera, de crecer como personas, como seres humanos. Nos esclavisaron, nos condicionaron a sus intereses y aquellos ideales fueron cambiadas por la mediocridad y decadencia, no vivimos, subsistimos. Permitimos que unos pocos mataran nuestra esperanza y nos dejaran sin reacción, envueltos en una marejada en que se mezclan los valores como productos en almacén de ramos generales.
Nos quitaron el tiempo para dedicarnos a nosotros, a nuestra familia, los amigos o las actividades sociales, tenemos que trabajar la mayor cantidad de horas, si se tiene trabajo, para poder alimentar a la familia y en los mejores de los casos, para mantener algunos de los bienes que se pudo comprar en épocas mejores, que hoy se ven cada vez más lejanas. Nunca más que ahora uno vale por lo que tiene y no por lo que es, todo se compra, hasta el amor. En ocasiones no medimos el riesgo que significa estar la mayor parte del día fuera de la casa, los chicos, especialmente adolescentes, necesitan de alguien que los acompañe en esta época en que el sida, la droga y la violencia callejera los asecha. Este es un efecto del cambio del régimen laboral al que nadie le ha dado toda la importancia que tiene. Ahora la modernidad pasa por precarizar el trabajo, extensas jornadas, sin estabilidad, sin cobertura, sin futuro y con magros salarios.
Los valores están revertidos y no hay ejemplos ni ideales sanos para nuestros hijos, algunos chicos dicen, "mi viejo es un tonto de 55 años que pasó la vida laburando y ahora no le dan ni una changa", los jóvenes creen que el trabajo no es ninguna solución.
La falta de esperanza y futuro fue transformando la estructura de la sociedad y sus aspiraciones, los más pobres tenían el anhelo de mejorar, es más, exigían y sabían lo que les correspondía por su condición humana y por la Constitución, no querían dádivas, solicitaban trabajos dignos. Hoy no tienen las mismas chance de instalarse en el mercado laboral y sus expectativas son muy bajas, simplemente sobrevivir y no caerse del mapa. Las políticas sociales son deficientes y escasas. El riesgo creciente es que esta gente cada día está más expuesta a caer en la total marginalidad, en la droga y el desprecio por su propia vida y la ajena, hoy es más fácil vender drogas o prostituirse que conseguir un trabajo, con ello se está perdiendo valores fundamentales de la vida , como así también la cultura del trabajo o eso de que el trabajo dignifica. Para el que nada tiene, es real que poco es mucho y lo agradece, el que nada tiene no vive con el temor de perder sus bienes, pero también es verdad que tienen derecho a vivir mejor, a vivir dignamente, a comer todos los días, a educarse, a la salud, a una casa digna, y no usar su simpleza, su desconocimiento sobre sus derechos, para que con limosnas los tengan conformes.
Los nuevos pobres, no son sólo aquellos que decrecieron y que eran clase media, sino también aquellos que se visualizan en descenso. Hoy la clase media esta siendo castigada como nunca, en su generalidad se identifico ideológicamente con la clase burguesa, miraban de reojo a los pobres y obreros, se sentían muy seguros y aspiraban integrarse a la clase alta, menospreciando íntimamente a los pobres. Muchos fueron los que olvidaron el origen de sus abuelos y padres, generalmente inmigrantes, humildes y sacrificados trabajadores. Casi siempre a la clase obrera le dieron la espalda y jamás se identificaron con ella, pero el devenir de los acontecimientos y el modelo, los arroja - en contra de su voluntad - junto a esa clase que despreciaron.
La juventud siente que el modelo de sus padres no les sirve; llegaron a la edad de la jubilación sin nada y a los padres a la vez, le da lástima que sus hijos tengan menos posibilidades que ellos, lo que genera desesperanza y un pueblo sin esperanza no tiene futuro.
Es para tener en cuenta también que en épocas de crisis o transformaciones sociales la gente tiende a conservar lo que posee y se vuelve temerosa al cambio, esto explica en cierta forma, junto con el descreimiento en las dirigencias, el no visualizar una salida, etc, que no se produzca una reacción generalizada y solidaria como en otros tiempos.
Como vemos la crisis es fundamentalmente moral y conceptual, nos hicieron olvidar lo bueno de los años 60 y 70, nos recuerdan sólo lo malo, nos introdujeron nuevos miedos a los anteriores ( la muerte o la desaparición, el desempleo y la miseria). Por esos miedos no preparamos a nuestros hijos para que sigan un camino más solidario, hicimos como el avestruz, creyendo que así solucionábamos todo, nos conformamos con vanidades superficiales e intrascendentes, vemos las orillas pero no queremos ver el centro de los problemas, preferimos dejar engañarnos por el aparato de propaganda qué pensar por nosotros mismos, el interés o nuestra situación económica es más importante que nuestra moral, se hace una veneración de la cultura individual, se desprecia la vida.
La única salida es enriquecernos espiritual y humanamente, dejar de lado la carrera consumista del mercado. Disfrutar de la familia, de los amigos, de un paisaje, tener tiempo para nosotros. De qué sirve todo lo material si no podemos disfrutarlo o prevenir a nuestros hijos de los males que lo acechan, de qué sirve el dinero si no nos proporciona felicidad verdadera y sincera. Debemos despojarnos de la hipocresía, ser honestos y mucho más solidarios.
La solución es trabajar en favor del ser humano, de mejorarlo, protegerlo, hacerlo más eficiente para la función social; así lograremos reconquistar al hombre en sus valores esenciales y se acabaran muchos de los males de hoy, pero esto es lo que menos le interesa al capital.

Héctor Daniel Fernández

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