Desde siempre he
sostenido y escrito sobre la necesidad de la unidad del Movimiento Obrero,
considero imprescindible que las bases estén unidas para alcanzar objetivos más
importantes, pero hoy me pregunto: La unidad desde la dirigencia: con quienes?,
para qué?, con qué objetivos?.
La unidad de los
trabajadores vuelve a plantearse desde los ángulos más distintos como una
especie de clamor popular. La unidad se reconoce como una aspiración histórica y
una necesidad práctica. Pero es indispensable definir los términos de la misma. Sectores y hombres tan distintos no pueden
estar ni están hablando de lo mismo.
Hoy, al contrario de
otras ocasiones, es la base la que reclama unidad de acción y programática. La
unidad no puede ser un simple trámite desprovisto de contenido. La unidad no
puede ser una vez más el fruto de un acuerdo de dirigentes celebrado a espaldas
de los trabajadores. Sin la voluntad libremente expresada de las bases, la
unidad sería una nueva ficción, un acomodo entre jerarcas.
La unidad no puede
extraviarse en una moralidad estéril, señalar pequeñas debilidades, acomodos
circunstanciales ni defecciones momentáneas. Pero hay grandes traiciones que no pueden quedar son castigo. La
complicidad con los patrones en los despidos, los arreglos con el gobierno para
los despidos o retiros voluntarios, los acuerdos con el Ministerio de Trabajo
para quitar o suspender conquistas, son pecados demasiados graves para pasarlos
por alto.
Sólo pueden unirse los
que tienen algo en común, los que piensan de modo parecido y persiguen
objetivos parecidos. Los que tienen similares principios y crear un programa
que refleje profundamente la situación de la clase trabajadores, desocupados,
trabajadores informales y jubilados, que plantee objetivos nacionales, convoque
a amplios sectores del País, señale el
camino de la liberación y apunte los caminos para conquistarla. Este
programa debe ser un instrumento básico que permita penetrar en la conciencia
de centenares de miles de trabajadores y marginados, que no renunciaran a él
bajo ninguna circunstancia. Un programa
que vaya más allá de los convenios y los sindicatos, que se introduzca en la
política como método para modificar la situación y vaya por la conquista del
poder verdadero.
Toda argumentación
tendiente a justificar la inactividad política o asegurar la “gobernabilidad”
con el sistema en aras de preservar una supuesta defensa sindical de los
trabajadores, demuestra su verdadero carácter reformista; mera argucia de
burócratas cómodamente instalados en dicho sistema. “Preferimos honra sin sindicatos que sindicatos sin honra”(CGT de
los Argentinos). La lucha por mejores condiciones de vida es inseparable de la
lucha por el poder. Y esa lucha por el poder es para el movimiento obrero el
factor fundamental al cual todos los otros deben estar subordinados.
No puede haber unidad
con los enemigos del pueblo ni con los traidores a la clase obrera, que la
única unidad posible y deseable sólo puede darse en la lucha constante y
efectiva contra el sistema; que solo de esa lucha puede surgir una autentica
organización de la clase obrera que transforme este modelo de entrega y
miseria. Las divisiones dentro del movimiento obrero siempre existieron (los
eternos oficialistas), pero los que quedaron en la historia son los que
lucharon por sus compañeros y por el País, y mantuvieron el modelo sindical a
través de los tiempos, un ejemplo en el mundo.
Debemos tener en claro
que no bastara con el control del aparato gubernamental, pues ese control será
siempre necesariamente condicionado y neutralizado por todos los reaseguros puestos
por el sistema, derivados del propio aparato estatal. Está claro, entonces, que lo único que puede
garantizar el desarrollo y cumplimiento de nuestra lucha de liberación no es ya
el control del gobierno, sino del poder real y efectivo de los trabajadores
organizados, como punto de arranque
hacia la construcción de una patria libre, justa y soberana. Ello implica
necesariamente el desmantelamiento de la maquinaria gubernamental capitalista,
y su reemplazo por otra, en la cual ese poder de los trabajadores y el pueblo
pueda realizarse en forma directa, pasando estos a ser los verdaderos constructores
de su propio destino.
La derrota de este
Gobierno Neo Liberal – Conservador, no significa todavía la derrota del
sistema, ya que este tiene sus representantes en las propias filas y puestos
directivos del Movimiento. Las clases dominantes no abandonan pacíficamente la
escena política; mucho menos si detrás de ellas se encuentran intereses de tal
magnitud como son los del capital financiero internacional y ahora el FMI.
No se puede definir un paro
o una movilización para calmar la ansiedad de quienes ven oscurecerse cada vez más
el panorama, pero sin llevar las cosas demasiado lejos: un poco de ruido,
algunas manifestaciones en las calles y de vuelta a casa sin muchos riesgos o
algún que otro para aislado. Eso es complicidad con el gobierno y una traición
a los trabajadores. Aquí hay que crear con todos los sectores afectados un acuerdo
programático y un plan de acción que se sostenga en el tiempo. Definamos que
tipo de Estado queremos y que Modelo para llevarlo adelante.
Sabemos y hemos visto
que la lucha en la calle puede llevar a una escalada en la represión, para lo
cual este gobierno se ha preparado fuertemente y viene dando señales, además de
movilizar a los “militares”, como respaldo de su brutal ajuste y las condiciones
firmadas en el nuevo acuerdo con el FMI, porque no está dispuesto a que el
pueblo gane la calle en defensa de sus intereses.
Este Gobierno, con la
complicidad de los medios hegemónicos, aplica muy bien la política del tero, de
gritar por un lado y poner los huevos por otro, han llegado a transformarse en
un arte en si mismo. Ocultan la verdad de lo que ocurre a diario en lo profundo
del País. Distraen a la gente, la adormecen y la anestesian, dejándolas sin
reacción. Pero no sólo las grandes líneas sirven para radiografiar a un
gobierno insensible; también las pequeñas y aisladas medidas definen su
actitud. Lo que han hecho con los jubilados es miserable, sino lo que hacen a
diario, sacándoles remedios, cortando planes a discapacitados, cerrando
escuelas y cursos, programas sociales, etc.
Durante estos años
solamente nos han exigido sacrificios. Nos aconsejan ser austeros: lo estamos
siendo hasta el hambre. Nos pidieron que esperáramos el primer semestre, hemos
aguantado cuatro y cada vez peor. Nos exigen una reforma laboral para generar
más empleo: así vamos perdiendo conquistas que obtuvieron nuestros abuelos y el
empleo de calidad no se crea. Y cuando no hay humillación que nos falte padecer
ni injusticia que reste cometerse con nosotros, llaman irónicamente al dialogo
y nos imponen el acuerdo con el FMI, que significa más ajuste. Les tenemos que decir
que ya hemos participado del dialogo, y no como ejecutores sino como víctimas,
en los despidos, en las intervenciones, en los desalojos, en la rebaja de
salarios, en los tarifazos, en las movilizaciones, pero no, no escucharon
ninguno de nuestros reclamos desesperados y angustiados. No queremos este tipo
de dialogo. La clase obrera –formal o informal y los jubilados – estamos viviendo
una de sus horas más amarga.
Este poder de los
monopolios que con una mano aniquila a la empresa nacional, con la otra amenaza
a las empresas del Estado donde la racionalización no es más que el prologo de
la entrega, y anuda los últimos lazos de la dependencia financiera. Es, de
ahora en más, el FMI el que fija el presupuesto del país y decide el valor de
nuestra moneda.
La situación no puede
ser otro que un espejo de la nuestra.
Porque considero imprescindible
la unidad del Movimiento Obrero, y detrás de ellos las organizaciones sociales,
los marginados, jubilados, empresarios nacionales, científicos o sea todo el
campo nacional y popular, porque la clase política no está a la altura de las circunstancias
que está viviendo el pueblo. Sólo un sector del Frente para la Victoria y la “izquierda”
han sido oposición, los demás han sido “colaboracionistas” con este régimen, en
nombre de la “gobernabilidad” han entregado a sus representados, votando leyes
que perjudican al pueblo y principalmente a los más humildes. Esos llamados “peronistas”
han traicionado los postulados del General Perón y de Evita. Además ya hemos visto que el sector político le
reclama al movimiento obrero unidad y acción, pero luego cuando logra sus
objetivos, los margina y los trata de pianta-votos.
Sólo
pueden unirse los que tienen algo en común, los que piensan de modo parecido y
persiguen objetivos parecidos. Los que tienen similares principios y crear un
programa que refleje profundamente la situación de la clase trabajadores,
desocupados, trabajadores informales y jubilados, que plantee objetivos
nacionales, convoque a amplios sectores del País, señale el camino de la liberación y apunte los caminos para
conquistarla. Este programa debe ser un instrumento básico que permita
penetrar en la conciencia de centenares de miles de trabajadores y marginados,
que no renunciaran a él bajo ninguna circunstancia. Un programa que vaya más allá de los convenios y los sindicatos, que se
introduzca en la política como método para modificar la situación y vaya por la
conquista del poder verdadero.
Daniel Fernández
Junio de 2018