Hace
tiempo que vengo cuestionando este tipo de democracia, donde nuestros
representantes cambian de posturas según su conveniencia u oportunismo político
sin respetar la voluntad popular o los principios ideológicos y programáticos
que lo llevaron a ocupar un cargo representativo. Sabemos que estos “reacomodamientos” no son
nuevos, como tampoco las traiciones ideológicas. Sin ir muy lejos, el ex
presidente Carlos Menem dijo “si yo decía lo que iba hacer, no me votaba nadie”
y el actual presidente Mauricio Macri que dijo “Si yo les decía a ustedes hace
un año lo que iba a hacer y todo esto que está sucediendo, seguramente iban a
votar mayoritariamente por encerrarme en el manicomio”. Si dos presidentes se
animan a decir desfachatadamente que nos mintieron, que les queda al resto de
los representantes y para la sociedad.
De
qué sirve elegir a un representante, sea el cargo electivo que fuere, desde el
más alto al más bajo, si en cualquier momento se pelea o arregla con el poder
de turno y abandona su posición o partido que lo llevo a ese cargo.
Parafraseando a Jacobo Winigrad, “Billetera mata principios”.
Apenas
perdidas las elecciones por el Frente por la Victoria y tras la asunción de los
nuevos diputados, un grupo de ellos encabezados por Diego Bossio, ex funcionario
y fiel defensor del kirchnerismo hasta el año pasado, decidió separarse del
bloque del Frente para la Victoria, armar un bloque aparte y colaboraron con el
Gobierno para aprobar proyectos que van en contra de lo que sostiene ideológicamente
la fuerza que lo llevó a ocupar ese puesto. Igual ocurrió con muchos senadores,
el gobierno arreglo con los gobernadores para darles algo de lo que se les
debía de coparticipación y muchos levantaron obedientemente la mano aprobando
proyectos contrarios a lo que venían sosteniendo: Pago a los biutres en
condiciones desfavorables para el país y con endeudamiento, pliego a jueces de
la corte suprema a personas de dudosa idoneidad e independencia, avalaron a los
dos candidatos a ocupar cargos en la AFI (ex SIDE) de escasos y reprochables
antecedentes y blanqueo de capitales entre algunos de los proyectos que
acompañaron del Gobierno. Una cosa es posibilitar la gobernabilidad y otra
aprobar leyes que van en contra de posturas ideológicas del conjunto de los ciudadanos
que los votaron para que defendieran una concepción de País distinto a la
orientación del gobierno. Si no comparten la postura de su bloque o de su
partido, lo más honesto correspondería renunciar al cargo para el que fueron elegidos
y dejar ese lugar a otro que respete la voluntad de los votantes, pero no producir
estas traiciones para sobrevivir. Incluso pueden crear una nueva fuerza o afiliarse
al partido que más lo represente, pero no corresponde estafar a los votantes, quedarse
con el cargo y hacer lo contario para lo que lo votaron. Se hacen dueños de un
cargo el cual no les pertenece. También se ha visto que algunos dirigentes
dentro del propio partido (FPV), tratan de copiar o parecerse al que gano las
elecciones (Urtubey), ya ha ocurrido anteriormente, terminan siendo funcionales
al Gobierno.
Mientras
las bases se expresan, se movilizan, pelean y salen a la calle para hacer oír
su descontento con las distintas medidas económicas y sociales, algunos
políticos de la oposición “Justicialismo - PJ” acompañan medidas propuestas por
el Gobierno que afectan a esa base que los voto o hace la simple pantomima de
oponerse. Mientras la sociedad reclama indignada, la dirigencia que no quiere
perder su poder de negociación, demuestra que no está a la altura de las
circunstancias.
Otros
partidos o bloques, se muestran opositores pero en definitiva terminan siendo “colaboracionistas”
del oficialismo (deriva del francés collaborationniste, término
atribuido a todo aquello que tiende a auxiliar o cooperar con el enemigo). Se muestran en los medios o en sus declaraciones
como opositores intransigentes, diciendo lo que la gente quiere escuchar y
después arreglan y acuerdan todo con el oficialismo.
Es
por ello que sostengo que esta democracia, así como está ahora ya está
perimida, no me representa ni me sirve. Es una democracia de fachada, cada vez
más vaciada, una democracia de bajísima intensidad y participación. No sé cuál
será el camino más correcto para revertir esta democracia perimida e
ineficiente, quizás una democracia más directa, participativa, revocatoria y
revolucionaria. Quizás haga falta una reforma constitucional y política con
mayor participación social y que refleje las demandas de la calle y que no sea
rehén de las fuerzas capitalistas. Los partidos políticos no pueden tener más
el monopolio de la representación política. Los movimientos y organizaciones
sociales deben encontrar la forma de participar directamente. Se debe encontrar
las fuerzas que hagan posible un nuevo modelo o ciclo que haga más duradero y
menos frágil las conquistas, como así también que las conquistas sean menos
reversibles.
Los
ejemplos más patéticos han sido los hechos ocurridos en Honduras, Paraguay y
Brasil u otros del mismo estilo, pero que no han tenido éxito en Ecuador y
Bolivia, donde la democracias demuestran que son fácilmente manipulables y de
que si alguien gana las elecciones y obtiene el derecho y el mandato popular de
gobernar, fuerzas anti democráticas ligadas al poder real (establishment) deciden
que no debe gobernar, para lograrlo se une una conjunción de factores: un Poder
Judicial conservador, medios de comunicación hegemónicos y empresarios, todos
al servicio de esas fuerzas antidemocráticas y del capital internacional, junto
a la confabulación de parlamentarios sacan a presidentes elegidos
democráticamente con argumentos falaces. Entonces, como dije antes, Presidentes
que llegan al gobierno mintiendo, Diputados y Senadores que no respetan la
voluntad de los votantes haciendo lo contrario para lo que lo elegidos, la
existencia de un poder (establishment o círculo rojo) detrás del poder, una
casta judicial conservadora y que sólo funciona para poderosos y ricos, que
actúa sólo contra aquellos que pierden el poder, medios de comunicación que se
vanaglorian de poner o sacar presidentes, de qué sirve el voto, de que sirve
esta democracia.
La
judicialización de la política, llevó a la politización de la justicia. Aquí
también el modelo de justicia está agotada, pero ya hemos visto que toda
propuesta de cambio se enfrenta a una estructura anacrónica, burocrática y
medieval, producto de una cultura colonial y monárquica judicial vigente. Hay
una alarmante selectividad penal del sistema, mano dura para pobres y caducidad
para los poderosos, por ello es la escasa cantidad de condenas en casos de
corrupción. Esta es otra de las grandes deudas de esta democracia, lo que
provoca que los medios de comunicación dicten condenas sin juicios. Esta falta
de justicia afecta a los sectores más vulnerables de la ciudadanía.
Una
de las cosas que nos quedó grabado en nuestra memoria ha sido la frase de Evita
“El peronismo será revolucionario o no será nada” y creo que lo único posible
es que sea revolucionario para cambiar las estructuras conservadoras y sectores
de elite que no quieren perder sus privilegios. Desde mi punto de vista, el
Peronismo hasta ahora ha sido sólo reformista, y así y todo ha producido
avances importantes para los trabajadores y las clases más postergadas del País
y por eso, esa elite y sectores privilegiados o que no los son pero se lo
creen, no lo toleran y lo combaten tanto.
Siempre
sostuve o creí que la política era el medio o el instrumento para alcanzar una
condición de vida mejor para todos los ciudadanos, pero como se puede ver, “los
que hacen política” especulan y hacen sus propios negocios, por encima de las
convicciones, ya no importa tener coherencia ideológica, tan solo interesa su
posicionamiento personal, por ello se ve que tantos hoy están con unos y mañana
con otros, aunque estén a las antípodas ideológicamente, un día defienden las
privatizaciones y mañana las estatizaciones, son simples mercenarios. Mientras los
ciudadanos comunes discutimos acaloradamente por tal o cual político, muchos de
ellos hacen su juego para perdurar en algún cargo.
Los
cambios de modelo económico, productivo, político, fiscal, financiero, de
medios comunicación, entre otros, se pueden hacer en un modelo democrático pero
de concepción revolucionaria, por lo tanto este modelo y ciclo está agotado.
Modestamente
creo que hay dos posiciones claras y quizás desde siempre, aquellos que creen
en un Estado que asuma la responsabilidad del bienestar de sus ciudadanos, y
defienda al más débil sobre el poderoso (Estado solidario), y aquellos
neoliberales - conservadores que sostienen en un Estado ausente o pequeño,
donde el mercado es el encargado de regular todo, el que derramara sus
ganancias sobre los que menos tienen, para que cada uno alcance su propio
bienestar (individualismo). La prueba está en el mundo actual, dominado por
políticas neoliberales que propician el libre
comercio y la globalización, han contribuido a la concentración de la riqueza
en las manos de unos pocos ricos; han incrementado la pobreza de la mayoría de
la población del mundo; y mantienen patrones insostenibles de producción y
consumo. No deja de asombrar el poderío y los métodos de persuasión y
convencimiento que tiene el “poder real” para dominar un mundo donde la mayoría
de la gente está desde una condición media hacía abajo, por ende la más
perjudicada. Donde la distribución de las riquezas es tan dispar, donde
millones de seres humanos mueren de hambre o están desnutridos en un mundo
donde sobran los alimentos. Pero lo más asombroso, que esas mayorías y pueblos perjudicados,
elijan generalmente gobernantes que representan a quienes los hambrean o
empobrecen. El mundo es un lugar injusto, hostil y deplorable para millones de
personas y los culpables son aquellos poderosos insaciables que acaparan
riquezas o que saquean los recursos naturales de los países más pobres en
beneficio propio o de un sector selecto. Es difícil aceptar que haya quienes
podrían erradicar el hambre y salvar a cientos de miles de personas y no lo
hagan. Seguramente sus bolsillos llenos y sus abultadas cuentas bancarias en el
mundo han anestesiado su conciencia, si la tienen.
Mientras
los sectores populares y progresistas se pelean, se dividen y sub dividen por
diferentes matices, la derecha se consolidó y produjo su propia revolución,
desplazando a gobiernos denominados “progresistas” por medio de elecciones o
los “golpes blandos” que vienen a reemplazar a los golpes de estado que hacían,
años atrás, los militares con el mismo fin, privilegiar a un sector de mayor
concentración de riquezas y en perjuicios de los sectores menos pudientes.
Después
de estos conceptos, digo que no renuncio a mis convicciones, a mis ideales y a
las experiencias vividas de un peronismo revolucionario. Orgulloso de haberme
formado políticamente en los 70, de haber sido un participe más de todo ese
movimiento y ser un ciudadano de la Patria Grande. Por ello creo que se hace
imprescindible refundar el Movimiento Peronista, conservando los valores y
principios ideológicos fundamentales y esencialmente humano, donde el hombre
sea el centro de toda acción política. Hay que ser capaces de romper con el
sistema, el peronismo fue revolucionario y
debe recuperar ese espíritu, por lo tanto para volver a ser alternativa debe
romper con lo pre establecido, debe forjar y redefinir ideales para luchar
contra la pobreza, la desocupación, la explotación, debe instalar una
conciencia de resistencia contra la continua degradación social, recuperar el
discurso del pueblo, crear trabajo genuino. Hay que volver a insertarse en la
sociedad y apoyar las demandas de los ciudadanos. Apoyar el reclamo de las
necesidades más urgentes y el derecho que les asiste por tener la verdad. Hay
que demostrarle a la gente que su voluntad es respetada y que el poder no lo
acaparan grandes corporaciones financieras, empresarias, de medios o políticas.
Es imprescindible abrir en todos los sectores un profundo y amplio debate sobre
el destino de nuestro País. Sin excluir a los mayores, es necesario que las
nuevas generaciones, dueñas del futuro, asuman la responsabilidad de
replantear, delinear y planificar el País en que desean vivir.
El Peronismo debe
recuperar su mística, su historia, su ideología y sus banderas. Tiene la
obligación de producir la revolución política, gobernar con la gente, promover
el cambio ético y moral más profundo de la historia, poner todo el énfasis en
recuperar una justicia independiente y todas las instituciones y, por último
sentar las bases para el cambio cultural que nos proporcione una profunda
identidad nacional para siempre.
La
mayoría de los que se dicen hoy dirigentes del peronismo no están a la altura
de las circunstancias, se mimetizan con los poderosos y el PJ es un simple
cascaron vacío. El peronismo está en la calle, movilizándose, resistiendo y
orgullosos de su sentimiento.
Hay
un texto en la página Voces en el Fenix (http://www.vocesenelfenix.com/content/las-deudas-de-la-democracia) Las deudas de la democracia de Juan S. Pegararo,
del cual extraigo algunos párrafos para que me ayude a fundamentar mi
pensamiento.
Considero que el sistema
político está influenciado o mejor dicho sometido por la estructura
socio-económica y la existencia en él del establishment, cuyo objetivo político
es reproducir y ampliar el orden social que ha impuesto históricamente y que
siempre trata de naturalizar. Este orden social es la “sociedad” real cuyo
observable es un orden social con sus desigualdades, con sus diferencias, con
sus jerarquías, con sus múltiples relaciones de dominación y sometimiento.
El establishment (“La Elite del Poder”) no es solo un
conjunto de personas o empresas sino una trama de relaciones sociales que se
propone como objetivo mantener el statu quo que se expresa en las formas en la que
se objetiva la desigualdad social. El establishment está compuesto en la actualidad por
los profesionales de la política (la llamada clase política), los medios de
comunicación concentrados que además de moldear subjetividades establecen la
agenda de qué debe discutir o aceptar la opinión pública; a esto se agrega el
funcionamiento selectivo del Poder Judicial; esta trama o matriz de dominación
del capital financiero incluye a empresarios y banqueros que marcan la
dirección de la economía política invocando el bien común y el orden jurídico,
y también producir el miedo al cambio, a lo desconocido, a relaciones sociales
sin orden ni ley.
Propongo como hipótesis
para estas reflexiones sobre “las deudas de la democracia” que debemos
considerarlas más que como “deudas” de la Democracia, deudas de la democracia
realmente existente, evitando su invocación como panacea universal de la vida
en común. Por lo tanto ella, la democracia realmente existente,
será el asunto a considerar, empezando por su diferencia de regímenes
autoritarios o dictatoriales que no respetan la voluntad popular para elegir a
sus representantes en el gobierno del Estado. No obstante esta crucial
diferencia, la voluntad popular expresada electoralmente merece también algunas
consideraciones por la presencia en la vida social de los medios de
comunicación que formatean en gran medida tal voluntad popular; además nuestra
hipótesis es que la voluntad popular en la democracia realmente existente se
manifiesta condicionada por el sistema económico-político capitalista, y en
especial por la hegemonía del capital financiero que le impone por medio de la
desigualdad social sus valores o sus desvalores.
Por lo tanto, el sistema
político, aun con su énfasis en la elección democrática de los representantes
del pueblo para gobernar, manifiesta su debilidad o impotencia estructural para
resolver o disminuir la desigualdad social, que para los sectores sometidos se
traduce en formas de su mayor sufrimiento.
Podemos preguntarnos
también: ¿es compatible la hegemonía del capital financiero (el actual
neoliberalismo) con las formas políticas democráticas? Y la desigualdad social
¿es compatible con la democracia? ¿Es de la naturaleza la desigualdad en el
orden social capitalista o es una desviación?
Ahora bien, la forma
republicana y democrática ¿se caracteriza por la independencia de los poderes,
el ejecutivo, el legislativo y el judicial? ¿Qué es la independencia de esos
“poderes”? ¿Cómo se expresa su independencia?
En particular, ¿el Poder
Judicial es independiente de qué? ¿Del gobierno? ¿De sus personales
ideologías?, ¿o acaso se puede concebir a un miembro del Poder Judicial sin
ideología? ¿O serán acaso independientes de sus relaciones personales? ¿Son
acaso personas que no tienen deseos, pasiones, simpatías, ideología, religión o
raza o género o familia o amigos, o compañeros, o compadres? Y esto, ¿no pesa
en su concepción del hecho o asunto que debe juzgar? Aplicar la ley proviene de
la interpretación de un hecho, de su visibilidad y de su impacto social, de la
calidad de la víctima, del victimario, de las circunstancias, de la opinión
pública, de la influencia de los medios de comunicación. La existencia en el
sistema judicial de una jerarquía de magistrados actuantes es la expresión de
diferentes opiniones sobre el evento a juzgar.
Creo que resolver (¿?)
esta cuestión de la independencia de los poderes es simplemente una ilusión que
les permite a los que la invocan cierta inmunidad social, que se proyecta hacia
legitimar su actividad profesional.
Hace unos años Norberto
Bobbio, en El futuro de la democracia, se
refiere a los grandes proyectos de la modernidad –y en ello incluye a la
democracia–, proyectos que fueron concebidos como nobles y elevados, dice, y el
contraste que se nos presenta entre lo que había sido prometido y la realidad
social. Bobbio señala seis falsas promesas de la democracia como sistema
político: 1) El nacimiento de la sociedad pluralista:
frente a la idea de un individuo soberano, y por lo tanto de un Estado en la
sociedad democrática sin cuerpos intermedios (sin corporaciones o facciones),
Bobbio dice que se ha producido lo opuesto. Los grupos ( y facciones) se han
vuelto cada vez más sujetos de la acción política, como ser las grandes
organizaciones económicas, las corporaciones, las asociaciones, los sindicatos,
los partidos políticos y sus facciones y cada vez menos los individuos. El
modelo de Estado democrático supuso estar basado en la soberanía popular, que
fue ideado a imagen y semejanza de la soberanía del príncipe, como una sociedad
monista, pero la sociedad real que subyace en los gobiernos democráticos es de
una pluralidad de poderes (policéntrica, poliárquica o policrática) que en sus
luchas frente a otros poderes someten a los individuos. 2) También en el
desquite de los intereses que
en la discusión en la Asamblea de 1791 sobre la representación, dice Bobbio, se
sostenía que el diputado una vez elegido (por los intereses privados) se
convertía en el representante de la nación y ya no estaba obligado por ningún
mandato. Pero en la realidad, esta norma constitucional de la prohibición del
mandato imperativo ha sido violada y menospreciada. Se ha instalado un modelo
neocorporativo en el que el Estado es cuanto más un árbitro (generalmente
impotente) de los acuerdos políticos entre los intereses corporativos o
facciosos. 3) La persistencia de las oligarquías:
Bobbio sostiene que ha sido una falsa promesa la derrota del poder oligárquico
de las elites económicas y sociales; esto no merece mayores comentarios a tenor
de las realidades que vivimos y cuyo indicador es la desigualdad en el acceso a
niveles de ingresos y la calidad de vida. 4) El espacio limitado de la democracia en el sentido de que se mantiene
reducido el espacio donde puede ejercerse la participación en las decisiones
que atañen a los ciudadanos. 5) La no eliminación del poder invisible es, creo, no solo una falsa promesa
sino la realidad más amenazante, porque como dice el mismo Bobbio, el tema del
poder invisible ha sido hasta ahora muy poco explorado; una excepción fue Alan
Wolfe en los finales de los años setenta del siglo pasado, que lo describió en Los
límites de la legitimidad, dedicándole el capítulo del “doble Estado” (
la “diarquía” le llama Wolfe) en el sentido de que existe un Estado visible y
otro Estado invisible. Bobbio cree que esto “...más que una falsa promesa en
este caso se trataría de una tendencia contraria a las premisas de la
democracia: la tendencia ya no hacia el máximo control del poder por parte de
los ciudadanos, sino, por el contrario, hacia el máximo control de los súbditos
por parte del poder”. 6) El ciudadano no educado, y Bobbio
aquí hace referencia a la necesidad de la virtud entendida como amor y
dedicación a la cosa pública, que ha resultado neutralizada por la apatía
política, por el desinterés y la disminución del voto de “opinión” en aras del
voto de “intercambio” o el voto de clientela, el voto de apoyo político a
cambio de favores personales.
En una entrevista de hace
unos años en la ciudad de San Pablo, Brasil, Jean Baudrillard decía que la
gente, aunque no crea demasiado en los comicios, irá a votar, y los que están
en el poder fingirán recurrir al pueblo. La mayoría de las decisiones
importantes se toman en una suerte de espacio privado de lo político por
personajes que conforman el establishment que está más allá del control
democrático, por su poder social. Pero volviendo al “poder invisible”, como le
llama Bobbio, como tal no está sujeto a la legalidad formal y su existencia no
es otra cosa que ese poder que actúa tanto en el campo de la legalidad como en
el de la ilegalidad; además permanece en los márgenes del Estado, pero también
dentro del Estado, en el Estado y con el Estado. Un “poder invisible” que
dispone no solo de importantes directores o gerentes de empresas, de CEOs, sino
también de jueces, de funcionarios públicos, de abogados, de políticos, de
comunicadores, de sindicalistas, de militares y de policías y en su caso de
sicarios, de los que contingentemente puede disponer, y sobre todo de apoyos
institucionales, ya sean estos tanto públicos como privados, religiosos o
seculares, y aun populares capaces de movilizar grupos de individuos,
frecuentemente pobres. Baudrillard, en la entrevista citada, aludía a la
existencia de una red política paralela que conforma la sociedad real fuera de
aquella que se invoca formada por representantes del pueblo, con una Justicia
que se declama independiente pero que en la realidad también conforma el poder
paralelo.
Un fenómeno que
sociológicamente no se puede ignorar es que en la actividad económica la
distinción legal-ilegal es por lo menos lábil, frecuentemente inexistente y que
últimamente se ha puesto de manifiesto por la irrupción de noticias sobre
innumerables sociedades offshore. Estas guaridas fiscales son
el instrumento empresarial para sus actividades ilegales y lo más inquietante
es que esos capitales no permanecen en esas guaridas como lo hacía Alí Babá en Las
mil y una noches sino que
ese capital está activo y utilizado por el capital financiero que necesita(n)
prestarlo para cobrar un interés y así reproducirse.
Esto supone llevar
adelante una política para la “creación” de deudores por el medio que sea,
deudores que sean personas, empresas y/o países y utilizan para ello formas
financieras sofisticadas, además de corromper funcionarios públicos para que
endeuden y refinancien sus créditos ad eternum; algunos de estos grupos
financieros encarnan lo que con benevolencia se les denomina holdouts y de manera más común “fondos buitre”,
que han contado (y cuentan) hasta con amparo judicial que se suma al amplio
mundo de la cuevas financierasoffshore que se constituyen de manera secreta
para cometer ilegalidades. Cuentan además con innumerables lazos sociales entre
empresarios, políticos, banqueros, abogados, traders, contadores, jueces,
propietarios de inmuebles, gobernantes, CEOs, empleados fieles, testaferros u
hombres de paja y otros intermediarios necesarios que trabajan coordinados para
proteger los secretos financieros necesarios para mantener la impunidad penal y
la inmunidad social que les reclaman sus clientes.
Estos grupos utilizan
compañías anónimas que históricamente han sido por su carácter accionario una
herramienta para involucrar a diferentes sectores sociales en estas maniobras,
ya sea de manera consciente o inconsciente. Así pueden disfrazar los orígenes
del dinero producto de actividades de lavado de dinero, evasión impositiva,
como de ocultamiento de bienes para fines ilícitos y también el dinero
proveniente del crimen organizado, el tráfico de drogas ilegales, la trata de
personas, o diversas formas de contrabando entre otras actividades ilegales. Es
de preguntarse por la sobrevivencia de estas actividades ilegales en el sistema
político que se denomina democrático; esto pone en cuestión el uso del mantra
“el estado de derecho” siempre invocado, invocación retórica que sirve de
justificación del orden social dominado por un capital parasitario, el capital
financiero actual causante de la desigualdad social.
Héctor Daniel Fernández
Agosto de 2016