16 de Junio de 1955 - Bombardeo a la Plaza de Mayo: La intolerancia y la bestialidad de la
llamada CIVILIZACIÓN. La manifestación de Corpus Christi del 11 de junio de
1955, integrada también por militantes antiperonistas constituye la antesala
del golpe contra el Gobierno constitucional de Perón. En los días siguientes se
completa la trama conspirativa para bombardear la Casa de Gobierno, a cargo de
la Aviación Naval, con el fin de asesinar a Perón y ocuparla con una fuerza de
choque de la Infantería de Marina. Los aviones atacantes partieron de
Montevideo, llevaban pintadas en sus colas una “V” y una cruz, que señalaban
“Cristo Vence”. En la Plaza, además de los apurados transeúntes, había algunas familias
que se disponían a presenciar el desfile aéreo. Nunca imaginaron que la parada
militar tuviera un carácter tan realista. En la Plaza de Mayo y sus alrededores
quedaron los cuerpos de 355 civiles muertos, y los hospitales colapsaron
por los más de 600 heridos. Se había perpetrado el peor ataque terrorista
de la historia argentina. Sus autores eran “respetables” militares y civiles
que se frotaban las manos imaginándose el triunfo de un golpe militar que
devolvería a la “negrada”, a los “cabecitas”, a los lugares de los que nunca,
según ellos entendían, debieron haber
salido. Tras concretar su masacre, 110 tripulantes, entre ellos varios civiles
como Zavala Ortiz, llegaban a Montevideo a bordo de los 39 aviones con los
cuales habían perpetrado la masacre. Estos hombres, que habían demostrado su
total desprecio por la vida humana ametrallando a columnas enteras de
trabajadores, recordaron repentinamente en la Banda Oriental que existían los
derechos humanos, particularmente el de asilo.
Perón habló esa noche por la cadena nacional:
“Para no ser criminales como ellos, les pido que estén tranquilos; que cada uno
vaya a su casa […]. Les pido que refrenen su propia ira; que se muerdan, como
me muerdo yo en estos momentos, que no cometan ningún desmán. No nos
perdonaríamos nosotros que a la infamia de nuestros enemigos le agregáramos
nuestra propia infamia”.
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