Siempre he dicho que
suelo recurrir con frecuencia a personas que escriben y dicen lo que uno piensa
con mayor claridad y calidad, es el caso de Eduardo Aliverti, aquí copio una
parte de su editorial del 24 de febrero, que me pareció muy acertada y les recomiendo
leer. Gracias
Sin espacio para quebrarse
Los pasos del
Gobierno, hasta acá, están en línea con lo prometido en campaña.
Eso significa haber
amortiguado por abajo el oprobio del hambre entre los sectores del fondo del
pozo, siempre con reparos sobre el olvido de comunidades indígenas.
Frente a las clases
medias, hay moratorias impositivas para pymes, el despunte de algunas líneas de
crédito y, nada menor, congelamiento de tarifas en los servicios públicos que
el Presidente ratificó como asegurado hasta ver (lo dijo en palabras apenas más
elegantes) cuánto se chorearon las empresas lloronas.
Hay además el
“privilegio” para los jubilados de la mínima, tras la polémica medida de
aumentarles menos a los de las escalas inmediatamente superiores. El paquete
debería verse en conjunto, pero es muy difícil. Consabidos errores
comunicacionales produjeron no haber atenuado, en parte, un malhumor que todas
maneras es permanente, y comprensible, entre esa franja de la población.
Otras medidas y
gestos, efectivos y simbólicos, eran impensables hasta diciembre último.
El retorno del
programa Remediar. Algún límite contra las tasas usurarias en la financiación
de las tarjetas de crédito. La propuesta de que se revise el régimen
jubilatorio de los jueces. Y, no de interés masivo, el trabajo silencioso para
cortar de cuajo la relación íntima entre tribunales federales y servicios de
inteligencia.
Es un conjunto que va
en dirección reparadora y sigue, y no es escaso. Sin embargo, es entendible que
en la calle todavía no se ven, no se sienten, efectos reactivadores. Dudosa la
legitimidad de reclamarlos cuando no van ni tres meses de gobierno, con una
herencia devastadora, aunque -ya para ser cansadores con el designio- es
cuestión de que tarde o temprano se dificultarán las medias tintas.
La paciencia frente a que todavía
no se tocaron grandes intereses económicos (hablamos de cómo ampliar realmente
la torta distributiva, no de infantilismos extremistas) tiene la frontera de
que el Gobierno corra riesgos de agotar crédito.
Es lo que el economista Ricardo
Aronskind previene como el peligro de lo que fue el decurso alfonsinista en la
transición de los ‘80. Un gobierno honesto, de perfil socialdemócrata, que
termina sometido por el golpe de los mercados locales e internacionales; por la
campaña incansable en su contra de los emporios de comunicación asociados a los
intereses del capital financiero; por una sociedad olvidadiza, de memoria cada
vez más corta. Y continúan no tantos etcéteras que debieran registrarse de
inmediato.
Nada indicaría, desde el
optimismo de la voluntad, que eso vuelva a suceder.
No cabe en la cabeza, y mucho
menos con Cristina de por medio, que vaya a haber traición a las expectativas
centrales del grueso que votó al Frente de Todos.
Pero no es solamente por aquello
de las buenas intenciones.
Es porque cualquier salida que no
acabe mejorándole la vida y las ilusiones a una mayoría popular, básica,
implica suicidio político.
Macri y los suyos podían
permitírselo, porque jamás tuvieron el objetivo de repartir mejor.
Este Gobierno no.
No tiene espacio para quebrarse.
Ni él ni las minorías socialmente intensas a las que deberá recurrir si se ve
cercado.
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