El
derrocamiento de Dilma Rousseff en Brasil por medio de un golpe institucional,
violentando la voluntad popular dado que fue electa por 54,5 millones de
brasileños y sólo el voto de 61 de un total de 81 senadores, donde más de
veinte tienen prontuario penal y denuncias de corrupción, permitió su
destitución.
Brasil es
uno de los países más desiguales del mundo. El proyecto del PT con Lula
pretendió buscar la equidad social y democracia política, aunque que había
comenzado a desvirtuarse en 2015, accediendo a políticas de ajuste.
Otro hecho
muy grave es que el nuevo gobierno, producirá un fuerte ajuste económico y
social con medidas neoliberales, quitara muchos de las conquistas obtenidas y
buscara sostenerse por medio de la represión. Tiene previsto ocupara
militarmente las favelas de Río y reprimirá a los disidentes políticos y
sociales, como lo ha hecho con las manifestaciones recientes a favor de Dilma.
Incluso han preparado una Ley Antiterrorista que pretenderá equiparar a los
manifestantes con guerrilleros urbanos que ponen en peligro la seguridad
nacional.
Este es un
aviso para toda América Latina, con los intentos de golpe de Venezuela, Bolivia
y Ecuador y los concretados de Honduras, Paraguay y ahora Brasil, han puesto
nuevamente de manifiesto la fragilidad de la democracia. Nada volverá a ser
igual.
Los
gobiernos populares de América Latina permitieron
el ascenso económico y social de millones de personas, y devolvió y reconoció
derechos y autoestima a otros tantos, entre otras conquistas y reconquistas.
Pero no fue suficiente porque no se acumuló el poder ni el saber necesario para
consolidar instituciones verdaderamente funcionales al ejercicio del poder
popular. La derecha encontró el resquicio para golpear a los gobiernos
populares, nada volverá hacer lo mismo.
Es por ello
que es hora que los militantes de las fuerzas “progresistas (de verdad) o movimientos
populares” deben unirse y construir un sólido poder económico y mediático para
hacer frente a la derecha. De llegar al gobierno, deberán construir fuertes
alianzas revolucionarias que propicien la democratización la justicia para
terminar con justicia monárquica, colonial y de los poderosos, terminar con los
monopolios mediáticos y económico, controlar la actividad financiera, estatizar
los servicios públicos esenciales para la población, realizar una reforma
agraria y un cambio cultural. Construir un poder del pueblo y para el pueblo,
no se pueden revertir las diferencias sociales y económicas desde instituciones
armadas, dirigidas e infectadas por el conservadurismo oligárquico - neoliberal.
Mientras los “progresistas o movimientos populares” se pelean y dividen,
haciéndole el juego a la derecha, esta se unió y ha producido su
revolución.
Héctor
Daniel Fernández
Septiembre
2016
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