En los últimos años se viene denunciado en la justicia y mucho más
mediáticamente hechos de corrupción de distintos funcionarios y políticos,
agravándose en este último año. Los hechos de corrupción están atravesando todo
el arco político, denuncias de un lado (Offshorte - Cacaterra) y de otro
(Hotesur – Baez). Podríamos decir, como ha ocurrido históricamente, que existen
hechos políticos relevantes que se van replicando en los distintos países de Sudamérica.
La grave crisis institucional que vive el Brasil envuelto en hechos de
corrupción y sus denuncias, se ve en Chile, Argentina, Ecuador, Venezuela y
hasta Bolivia. Como fue otrora los golpes cívicos – militares, posteriormente
la corriente de gobiernos “populares”, más acá los llamados “golpes blandos”
donde los Parlamentarios destituyeron (Paraguay, Honduras, Brasil) o
pretendieron destituir a Presidentes (Ecuador, Venezuela, Bolivia), ahora se
nos presentan los hechos de corrupción, donde la “justicia” tomo un papel
preponderante e incluso político partidista como nunca antes había ocurrido, es
más, considero que cada vez ira creciendo esta intervención. Muchos hablan de
la judicialización de la política, aunque yo me inclino más en la politización
de la justicia. Jueces que no fueron electos por el voto popular dan fallos que
competen a la política.
Todas estas circunstancias debilitan a la política, la desprestigia y
la hace no creíble para aquellos que consideran que la política es la
herramienta más adecuada para solucionar los problemas de la gente.
Principalmente desalienta a aquellos sectores juveniles que comenzaron a
interesarse en la política y a participar activamente. En los 90 vivimos este
tipo de circunstancias que termino con un profundo descredito de los políticos y
dirigenciales en general en el 2001.
No hay que tomar a la ligera o darlo como un circunstancia más, el
desprestigio de la política no deja de ser una “políticas” en sí misma, implementada
por algún sector político-económico, con el fin de crear desaliento, menos
participación y desinterés por los asuntos del Estado en los ciudadanos en
general, lo que hace que los sectores que gobiernan puedan tomar medidas que suelen
perjudicar a mediano y largo plazo a la población o al País, sin que estos
reaccionen o se opongan. Les será indiferente o actuara con resignación y
luego, cuando sea muy tarde, pagara los privilegios otorgados a ese sector social - económico, que “casualmente” siempre es
el del más poderos.
Un párrafo aparte merece lo
ocurrido en Brasil, por la importancia y la incidencia que tiene en nuestro
País y en toda Sudamérica. Donde la mayoría de los legisladores que acusaron e impulsaron
el “juicio político” de Dilma Rousseff están acusados de corrupción y a la
presidenta no se le pudo encontrar ningún hecho de corrupción. (Leer artículo
BRASIL: “GOLPES BLANDOS” DE LA DERECHA PARA HACERSE DEL GOBIERNO).
Volviendo a la corrupción en sí, seguramente es algo condenable, grave
y que hace daño, pero es indudable que pueden hacer más daño aquellas políticas
que se implementan que consiguen llevar a un País al borde de la quiebra o de
su disociación, y no siempre son tan mal vistas como algunos hechos de
corrupción, al cual se lo considera el origen de todos los males. Desde nuestra
historia se usó la corrupción para deslegitimar o derrocar gobiernos
democráticos (Hipólito Yrigoyen, Perón e incluso Alfonsín).
En esto también hay un doble estándar en nuestra sociedad, se condena
primero mediáticamente un supuesto hecho de corrupción, la sociedad compra esa condena
y luego la justicia la que actúa, en ocasiones presionada por la opinión mediática
y no tan a derecho. Pero en general no se
condena mediáticamente de igual forma aquellas personas o empresas (quizás
porque los medios, periodistas y anunciantes están involucrados en estas
maniobras) que saca millones de pesos del País sin declarar, que lo deposita en
paraísos fiscales o lo ingresa en sus casa matrices del exterior, bancos que se
prestan a esta defraudación o aquellos que hacen maniobras fraudulentas para
evitar el control de fiscal y no pagar los impuestos que corresponden para que
el Estado pueda cumplir con sus objetivos. Para muchos esto no está mal visto, con
la excusa de que la presión tributaria es mucha, que no quieren pagar impuestos
porque el gobierno mantiene vagos, porque no hace nada, porque son una manga de
ladrones, porque no están de acuerdo con las políticas que aplica o cualquier
otro justificativo para avalar ese “delito”. Es algo así como condenar con la
pena máxima a un ladrón de gallinas y a declarar legítima la acción de un
estafador de guantes blancos o evasores. Esto es lo mismo de aquellos que
admiran las economías o sociedades de ciertos países donde se cumple estrictamente
las políticas tributarias, donde deben pagar todos, sin excepción impuestos a
la renta, pero aquí buscan cualquier artilugio para no hacerlo. Esto es lo
mismo que aquellos que tienen la suerte de viajar a países donde se respetan
las reglas tránsito, al regresar al país hablan maravillas de respeto de los
conductores, pero aquí, ellos conductores, no respetan las normas de tránsito.
Tenemos una doble moral, las cosas son de una sola forma, no importa lo que
hagan los otros, si uno es honesto no tiene que dejar de serlo porque otros no
lo sean.
Honestidad hay que exigirle a los políticos, de derecha, centro o
izquierda, a los empresarios y gremialistas, a los contadores y abogados,
arquitectos e ingenieros, militares y policías, periodistas y profesores,
obreros y empleados, en fin, a todos los ciudadanos, porque la corrupción en mayor
o menor grado atraviesa a toda la sociedad.
Al respecto Martín Caparros dice: “El honestismo es un producto de los
noventas: otra de sus lacras. Entonces, ante la prepotencia de aquel peronismo,
cierto periodismo -el más valiente- se dedicó a buscar sus puntos débiles en la
corrupción que había acompañado la destrucción y venta del Estado, en lugar de
observar y narrar los cambios estructurales, decisivos, que ese proceso estaba
produciendo en la Argentina. La corrupción fueron los errores y excesos de la
construcción del país convertible: lo más fácil de ver, lo que cualquiera podía
condenar sin pensar demasiado” (…).
Es obvio que la mayoría de los
políticos argentinos no lo parecen; es obvio que es necesario conseguir que lo
sean. Pero eso, en política, no alcanza para nada: que un político sea honesto
no define en absoluto su línea política. La honestidad es –o debería ser– un
dato menor: el mínimo común denominador a partir del cual hay que empezar a
preguntarse qué política propone y aplica cada cual.”
“La honestidad puede no ser de
izquierda o de derecha, pero los honestos seguro que sí. Se puede ser muy
honestamente de izquierda y muy honestamente de derecha, y ahí va a estar la
diferencia. Quien administre muy honestamente en favor de los que tienen menos
–dedicando honestamente el dinero público a mejorar hospitales y escuelas– será
más de izquierda; quien administre muy honestamente en favor de los que tienen
más –dedicando honestamente el dinero público a mejorar autopistas y teatros de
ópera– será más de derecha. Quien disponga muy honestamente cobrar más
impuestos a las ganancias y menos iva sobre el pan y la leche será más de
izquierda; quien disponga muy honestamente seguir eximiendo de impuestos a las
actividades financieras o las explotaciones mineras será más de derecha. Quien
decida muy honestamente facilitar los anticonceptivos será más de izquierda;
quien decida muy honestamente acatar las prohibiciones eclesiásticas será más
de derecha. Quien decida muy honestamente educar a los chicos pobres para
sacarlos de la calle será más de izquierda; quien decida muy honestamente
llenar esas calles de policías y de armas será más de derecha. Y sus gobiernos,
tan honesto el uno como el otro, serán radicalmente diferentes. Digo, en
síntesis: la honestidad –y la voluntad y la capacidad y la eficacia–, cuando
existen, actúan, forzosamente, con un programa de izquierda o de derecha.”
“Quizá
mejoraran marginalmente. Pero lo que define la salud o la educación argentinas
no es que quienes tienen que organizar sus prestaciones públicas se roben un
10, un dudoso 20, incluso un improbable 30 por ciento del dinero destinado a
ellas; lo que las define es que –gracias a la dictadura militar y sus
continuadores democráticos– los argentinos que pueden hacerlo compran salud y
educación privadas, y dejan a los pobres esa educación y esa salud públicas que
los políticos corroen –lo cual resulta, ya que estamos, absolutamente de
derecha.”
“O sea:
si este mismo sistema estuviera administrado sin la menor fisura, habría –supongamos–
un tercio más de recursos para hospitales y escuelas y los pobres tendrían un
poco más de gasa y un poco más de vacunas y un poco más de tiza –y los ricos
seguirían teniendo tomógrafos y by-passes al toque y computadoras de verdad en
el aula. Quiero decir: si todos los políticos fueran honestos, todavía
tendríamos que tomar las decisiones básicas: en este caso, por ejemplo, si
queremos que haya educación y salud de primera y de segunda, o no. Si queremos
que un rico tenga muchísimas más posibilidades de sobrevivir a un infarto que
un pobre, o no. Si pensamos que saber matemáticas es un derecho de los hijos de
los que ganan menos de cinco lucas, o no.”
Héctor Daniel Fernández
Mayo 2016
2 comentarios:
Siempre es un gusto cambiar ideas con los cumpa-amigos. Muy claros tus análisis. Y es bueno que nos tomemos un poco de tiempo para repasar entre decretazo y traiciones varias, la marcha de nuestros sueños. Te cuento como lo voy viendo, con mis manías de ampliar los horizontes para conocer causas y consecuencias. Son días aciagos, como bien planteás y en detalle describís, para Brasil y Argentina y que se extienden por el Sur cercano. Y comparto plenamente tu visión de los hechos y como nos cuentan el cuento, “los honestos”. Si bien algunos significantes se han llenado de variadas maneras, aparentemente, durante las últimas décadas, yo diría que una mirada un poco más extensa e intensa nos revela que la cuestión no se dilucida temporalmente en términos de décadas sino de siglos y los significados diversos revelan los mismos prejuicios raciales, sociales y políticos. Y así, como antes los indios fueron animales y ladrones que no merecían vivir, los gauchos vagos y mal entretenidos cuya sangre era útil sólo como abono, y como no conocían el derecho de propiedad ni eran capaces de vivir en democracia, como los anarquistas, debían ser fusilados y expulsados de la tierra de los dueños de la vida; los yrigoyenistas, ya adheridos al pacto democrático de votar, debían ser desalojados del gobierno, los peronistas de la política proscribiéndolos, las mujeres, los jóvenes, y otras minorías o mayorías que no encuadraban en la “ciudadanía”, “la gente”, “el mundo serio”, etc. debía ser marginados de los derechos que eran patrimonio de los “padres de la patria”, todos ellos fueron sucesiva o conjuntamente los sospechosos de siempre . En fin, del abono colonial y del “genoma genocida” implantado, nacieron la explotación, la discriminación, la descalificación y como paliativo moderno la “tolerancia” para reeducarnos e “insertarnos” , con algunos de nuestros defectos tan indoamericanos y populistas, en el mundo. Siempre como mano de obra barata, dependientes y vigilados porque puede salirnos el indio de adentro. Para no hacerla larga, el salvaje, el vago, el terrorista, cuando se le reconocen derechos es un ladrón en potencia, un coimero y un despilfarrador de la riqueza que otros producen. Los insultos de “chorra”, “ñoquis”, “corruptos” que hace unos años estamos escuchando siempre tienen el mismo destinatario. Los laburantes o sus defensores y reivindicadores son eso. Los libertadores no.
Pero el mundo camina, a pesar de los que quieren ponerle cadenas o anclarlo. Para borrar lo adquirido en derechos van a tener que exponer su desnudez, y lo están haciendo. El cuento de que la coima es la corrupción ya no corre frente a la fuga de capitales y la mentira política para acceder al temor congénito de las clases medias sin conciencia de clase. Hoy podemos y debemos gritar que corruptos son lo que transmutan y transfuguean los valores de la sociedad, ponen la propiedad por encima de la vida, los que defienden la represión y la fuerza policial como garantes de la paz, los que crían fortunas con nuestro esfuerzo y lo exportan en moneda del país dominante, los que sostienen el gobierno de los técnicos por sobre el de los políticos y de los representantes de movimientos que sean referentes auténticos de los protagonistas de la creación de la riqueza, que son los que trabajan, estudian, crean, investigan, y sueñan y concretan la Igualdad como moneda de curso legal en una sociedad que se merezca a si misma. Ya no nos engañan paseando a Baez por todos los canales porque (culpables o no) nosotros sabemos que antes exhibieron a nuestros caciques y caudillos descuartizados, los tesoros del Peludo, las chicas de la UES, las joyas de Evita, los pulmotores que destrozaban como hoy al muñeco de Zamba: es el show de mostrar al salvaje enriquecido “robando” al poderoso. Sabemos que así como la riqueza creada por el esfuerzo de un pueblo está en los bancos de las guaridas fiscales del mundo, el narcotráfico no está en las villas sino en el Barrio Parque o Nordelta, donde nunca podremos entrar sin ser fotografiados, como hacían a nuestros ancestros, por sospechosos. Porque hay algo que va por adentro y no han podido apagar: el fuego de nuestra autoconciencia que fue despertado y agitado por los caudillos populares y por los políticos “populistas”, que no nos inventaron, porque todo estaba dentro nuestro. Por eso, el nuevo disfraz de los explotadores es tan viejo como nuestras frustraciones. Hoy lo sabemos, y ya no nos van a hacer olvidar lo que somos. Decía Osvaldo Guglielmino que América debía ser descubierta de verdad por nosotros, porque fue sucesivamente cubierta. Estas cáscaras se van cayendo. La lucha es larga, Hermano, pero siempre nos encontrará del mismo lado. Nunca vencidos.
JP
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