miércoles, 2 de septiembre de 2020

LA DERECHA REACCIONARIA

 En Argentina, luego que la coalición Juntos por el Cambio perdió las últimas elecciones, se observa en parte de su dirigencia una constante radicalización, en sintonía con lo que ocurre con otras extremas derechas en el mundo. Con ideólogos como Steve Bannon, Alexandr Dugin, Olavo de Carvalho o Robert Mercer.  

Esta derecha, que en el centro es la conducida por su prensa, recoge lo que estos poderosos medios de comunicación opositores siembran a diario en la sociedad: odio, rencor, intolerancia y frustración. Llamado por ellos “periodismo de guerra.”

Todo que diga o haga el gobierno, que lleva apenas siete meses y con una pandemia impensada, es rechazado por esta facción. La estrategia es que nada que proponga el gobierno será discutido o evaluado ideológicamente, programáticamente o con aporte de ideas, será rechazado y se establecerá un estado beligerante contra el gobierno, con expresiones descalificativas, buscando la deslegitimación del Gobierno y esmerilar la imagen de Alberto Fernández. Se potencia un caldo de cultivo muy complicado. 

La gente tiene derecho de manifestarse como quiera, como así también expresarse libremente. Incluso defender los intereses de un sector minoritario y poderosos, en perjuicio de sus propios intereses de sector. Lo que no se puede aceptar el discurso destituyente y anti democrático. Hay un fanatismo “anti”, cargado de violencia e intolerancia, como no se veía después del 1955 hasta 1970 – 1974 donde muchos hijos de “gorilas” se hicieron peronistas. La violencia y la intolerancia se retomó en 1976 con Videla y Cía. Luego se diluyo en 1983 hasta el conflicto con Clarín y el campo, que lo exacerbaron nuevamente. Los manifestantes que mueve esta derecha, en plena pandemia y en el pico de contagios y muertes, son anti peronista viscerales, además de anti cuarentena, anti vacuna, defensores del patriarcado, o sea anti ideología de género, los anti barbijo, la suma de todos los anti. Pero no es lo mismo el sujeto social legítimamente cansado que el objeto desestabilizador de unos dirigentes y medios furiosos. Son comunes estas manifestaciones de grupos de derecha en América Latina las que se tornaron tan regulares como visibles. Tendría que ser la dirigencia quien debe marcar cierta coherencia, responsabilidad y razonabilidad, pero son ellos los que se montan en esa ola, aumentando la apuesta. Como viene ocurriendo en el mundo con estas derechas reaccionarias, el poder de ellos radica en profundizar las divisiones y la confrontación, además del uso eficiente de la tecnología.  

Algunos dirigentes y seguidores de esta derecha, son hijos o nietos de aquellos comandos civiles que pusieron bombas en una manifestación en Plaza de Mayo, los que escribieron Viva el Cáncer a la muerte de Evita, los que marcharon en Corpus Christi 1955 y los posteriores bombardeos a Plaza de Mayo, aquellos civiles que aportaron su apoyo y funcionarios a la Revolución fusiladora y repitieron en 1962, 1966.  Los que desaparecieron y violaron los restos de Evita. Así podemos seguir enunciando distintos actos reaccionarios y cargados de odio y rencor tras los años hasta llegar a 1976, con el más sangriento de los golpes cívico – militares. Nada cambió, tan solo se han adaptado a estos tiempos. Sus reacciones y actitudes son las mismas, tan sólo y por ahora, los militares están al margen, a su pesar. Será porque no quieren volver a pagar el costo solo ellos.

Es una oposición destituyente: sus manifestaciones son elocuentes; Ernesto Sanz se preguntó: "¿Cuánto tiempo demora esto en explotar?". López Murphy: "El 17A fue un aviso, si no prestan atención a los vientos, tendrán tempestades". Patricia Bullrich y Ernesto Sanz celebraron el escenario “histórico” de ser una oposición que le “sopla la nuca” al peronismo en el poder. Tengamos en cuenta que antes que asumiera Alberto Fernández los «Defensores de la República» (ligados a Coalición Cívica), un ignoto grupo de productores rurales, terratenientes en su mayoría, publicó en redes sociales un video que constituye una verdadera amenaza al presidente recién electo.

No asumen que han sido derrotados, pretenden imponer al gobierno –como sea - su agenda y condiciones. No aceptan el funcionamiento de la democracia. Además asesoran y opinan como si no hubieran gobernado los últimos cuatro años, donde dejaron los índices económicos y sociales más malos de los historia reciente. Ahora quieren imponerle medidas que ellos no tomaron cuando gobernaron. Un ejemplo: rebajaron las jubilaciones y ahora exigen aumentarlas. Vaciaron el fondo de garantía de sustentabilidad y ahora lo quieren defender. Hablan de la Justicia y la República, cuando quisieron poner jueces supremos por decreto, pusieron jueces a dedo sin aprobación del senado y Macri dijo: echará a quienes no piensen como Cambiemos. Los que antes toleraban todo del anterior gobierno, ahora exigen soluciones urgentes, mientras el gobierno con aciertos y errores trata de encausar el País en medio de una pandemia que hundió todas las economías del mundo.

Se habla mucho de la existencia de “halcones y palomas” en esta coalición. Un ala dura, que no tiene funciones de gobierno y un ala más negociadora o blanda, que son aquellos gobernadores o intendentes. Hasta ahora siempre impone sus condiciones el ala más reaccionaria. Igualmente funcionan como un equipo, el fin es desgastar al gobierno, los reaccionarios golpean y los “moderados” esperan su oportunidad para recoger los beneficios.   Bullrich al respecto dijo: “Uno es igual al espacio al que pertenece hasta que no manifiesta lo contrario”.

Lo que no entienden es porque perdura en el tiempo el PERONISMO, después de mil batallas que le han dado con prohibiciones, persecuciones, censuras, cárcel y muertes. Perdura por todo aquello que ellos no le han sabido dar al pueblo y la patria, dignidad, trabajo y sobre todo felicidad.  

 

Al respecto de las derechas reaccionarias, hay un muy buen artículo de Esteban Magnani, que les invito leer íntegramente: https://nuso.org/articulo/por-que-avanza-la-extrema-derecha/?utm_source=email&utm_medium=email

Esteban Magnani dice: La tarea de comprender a la nueva extrema derecha no es fácil, porque más allá de cierto eje común que reúne el racismo, el antisemitismo, el antifeminismo o el uso de delirantes teorías conspirativas y de datos e inteligencia artificial, la derecha se adapta con facilidad a los miedos y frustraciones particulares de los olvidados de cada país.

La capacidad de manipular a las poblaciones por medio de la nueva potencia de los datos, algoritmos e inteligencia artificial hizo su brutal entrada en la escena gracias al escándalo de Cambridge Analytica, pero su diversidad se manifiesta en las grietas que proliferan en las sociedades occidentales.

Sobre Steve Bannon dice: Director del sitio de noticias de ultraderecha Breitbart News (famoso por sus brutales ataques contra quienes se interponen en el camino de sus protegidos y por el uso de noticias falsas), fue despedido de la Casa Blanca en agosto de 2017 por sus posiciones extremas, sobre todo las contrarias a la globalización. Desde entonces se dedicó a asesorar a buena parte de los sectores más radicalizados y racistas de Europa y América Latina. En este personaje particular, afecto a usar dos camisas superpuestas, se catalizan las ideas de una derecha que perdió la vergüenza de decir lo que piensa y que cuenta con una gran capacidad tecnológica para cultivar los discursos de odio en el fértil estiércol neoliberal.

Por eso vale la pena detenerse en el recorrido del hombre que estuvo detrás de las campañas, en general exitosas, no solo de Trump, sino también del Brexit en Reino Unido, de Jair Bolsonaro en Brasil, de Viktor Orbán en Hungría, de Matteo Salvini en Italia, del partido Vox en España y de Marine Le Pen en Francia (quien luego rechazó trabajar con él), entre otros. En esos años fundó El Movimiento, una organización pensada para ayudar a los partidos nacionalistas europeos en sus campañas políticas. También, según puede verse en el documental Nada es privado (Karim Amer y Jehane Noujaim, 2019), colaboró con la campaña de Mauricio Macri en Argentina y trabajó para Guo Wengui, un exiliado chino multimillonario opositor al régimen de su país.

Para Bannon, en ese panorama se hacía necesario un populismo nacionalista liderado por alguien dispuesto de patear el tablero, un vengador que llamase las cosas por su nombre. Un hombre como Trump. Sin ese contexto, no es posible comprender el éxito de las campañas de desinformación brutales que fueron sembradas intencionalmente, pero que echaron raíces y florecieron en una población enfurecida que veía al poder financiero, a los demócratas y a los republicanos, la corrección política, el feminismo y a los movimientos por los derechos de las minorías como un combo indistinguible que los empobrece y humilla. No solo deben endeudarse para sobrevivir, sino que se los acusa de machistas, xenófobos, racistas y contaminadores, quitándoles cualquier reserva de dignidad, sobre todo a los varones (las mujeres también votan a la derecha, aunque Trump exagera los porcentajes).

A principios de este año salió el libro War for Eternity, del etnomúsico Benjamin Teitelbaum, quien lleva años estudiando a oscuros pensadores de derecha (anteriormente escribió Lions of the North, sobre el nacionalismo en Escandinavia). Al escuchar a Bannon en sus entrevistas, Teitelbaum elaboró una hipótesis: él, al igual que algunos otros pensadores de la derecha, es un tradicionalista.

El tradicionalismo es una corriente filosófica de comienzos del siglo XX con fuertes vínculos con el fascismo y que establece que la historia es cíclica, con cuatro periodos que se repiten. Cada uno de estos periodos se vincula a una clase que tiene el poder: los filósofos, los guerreros, los mercaderes y los esclavos (siempre varones, por supuesto). La fase final, la de los esclavos, marca la descomposición del sistema hasta el inicio de un nuevo ciclo.

Las redes sociales, que carecen por completo de una «responsabilidad editorial», son el espacio ideal para que surjan, se testeen, desarrollen y florezcan posiciones extremas sin fundamentos argumentativos. Bannon explica en su entrevista cómo se consolidó la usina de noticias falsas que dirigía: «Fue la sección de comentarios la que comenzó a construir algo del poder de Breitbart, además de que nosotros éramos más inteligentes (...) Teníamos una increíble optimización para aparecer en las búsquedas. Fue la unión de tecnología y contenido.

Los Trump y los Bolsonaro son los candidatos ideales para una campaña basada en la destrucción de los contrincantes sin necesidad de apelar a la verdad. Como en un judo discursivo, la fuerza del contrincante se utiliza para irritar aún más a los propios y hacerlos reaccionar.

Si bien las grandes líneas del descontento social son perceptibles por cualquier analista político, al mirar a las personas de cerca surgen matices particulares que requieren una comunicación segmentada, como la que llevaron adelante Cambridge Analytica o los numerosos trollcenters del mundo que activan a los sectores más radicalizados a tomar las calles como nunca antes. Eso es lo que permiten las redes sociales: poner en juego las noticias, verdaderas o falsas, y encontrar las que se instalan en la sociedad para utilizarlas como encuadre de las noticias futuras que continúen abonando una mirada sobre el mundo. Como dice Teitelbaum: «El tipo de activismo apoyado por Cambridge Analytica fue una forma innovadora y potenciada de algo que la extrema derecha llama metapolítica. La estrategia implica hacer campaña no a través de la política, sino a través de la cultura, a través de las artes, el entretenimiento, los intelectuales, la religión y la educación. Esos son los lugares donde se forman nuestros valores, no en una cabina de votación». Los militantes deberán insertarse en todos los espacios, sobre todo los apolíticos, y comenzar a bajar su mensaje de a poco, buscando crear un nuevo sentido común, no ya con ancianos aburridos hablando pausado sino de una manera atractiva, seductora y con herramientas que permitan medir en tiempo real la circulación de los mensajes, como hacen los influencers y youtubers de derecha. Como decía el fallecido Andrew Breitbart, el creador del sitio que luego dirigió Bannon, «la política se encuentra corriente abajo de la cultura».

Esa lucha cultural se está transformando en algo brutal, con campos enfrentados que perciben la realidad desde lugares distintos y sin puntos de contacto. El gran éxito de la nueva derecha en Estados Unidos ha sido construir un solo enemigo que condensa al capital financiero, globalizador, exportador de trabajo, centrado en los derechos humanos, de los homosexuales, feminista, ecologista, etc. La prueba de que son lo mismo, como dice Bannon, es que «el presidente más progresista de la historia de Estados Unidos, el presidente Obama, salvó a los ricos». Esa desconfianza contra todos es la que le permite a Trump señalar a los periodistas y decirles en la cara «ustedes son las noticias falsas» sin ruborizarse.

En el mismo lodo

En cada país la derecha supo adaptarse a los contextos. En Brasil, por ejemplo, parte del éxito de gobiernos extremistas como el de Bolsonaro puede entenderse por las limitaciones del Partido de los Trabajadores (PT) para producir cambios estructurales, pero también por el constante ataque de los medios del establishment cuando efectivamente el PT intentaba producirlos. Buena parte de la sociedad, cocinada a fuego lento en el odio destilado por los medios tradicionales, estaba preparada para absorber las más delirantes noticias falsas o teorías conspirativas que se pudieran inventar y testear desde la derecha a través de Facebook, Twitter o, como ocurrió en Brasil, Whatsapp. Contexto, dinero y tecnología permitirían desarrollar ese potencial para que Bolsonaro ganase en las urnas.

Estas líneas permiten trazar algunas respuestas sobre el avance de la derecha global, pero es mucho lo que queda por responder. ¿Alcanza el rechazo de amplios sectores del establishment para no considerar a estos nuevos populismos de derecha simplemente como otra «vuelta de rosca» neoliberal? ¿Son sostenibles estos gobiernos basados en mantener irritadas a sus bases de apoyo y en neutralizar a sus adversarios? ¿Qué lugar tiene la realidad material, como expone brutalmente la pandemia, para socavar sus discursos anticientíficos y antiiluministas? Hasta ahora la receta ha sido duplicar la energía de cada ataque, pero ¿hay un límite? ¿Podrán sobrevivir al nivel de descomposición social que ellos mismos potenciaron? Y, sobre todo, ¿qué viene después de sus cada vez más evidentes fracasos para satisfacer las expectativas de las bases electorales?

 




 


Daniel Fernández

Septiembre 2020

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