En Argentina, luego que la coalición Juntos por el Cambio perdió las últimas elecciones, se observa en parte de su dirigencia una constante radicalización, en sintonía con lo que ocurre con otras extremas derechas en el mundo. Con ideólogos como Steve Bannon, Alexandr Dugin, Olavo de Carvalho o Robert Mercer.
Esta
derecha, que en el centro es la conducida por su prensa, recoge lo que estos
poderosos medios de comunicación opositores siembran a diario en la sociedad:
odio, rencor, intolerancia y frustración. Llamado por ellos “periodismo de
guerra.”
Todo
que diga o haga el gobierno, que lleva apenas siete meses y con una pandemia impensada,
es rechazado por esta facción. La estrategia es que nada que proponga el
gobierno será discutido o evaluado ideológicamente, programáticamente o con
aporte de ideas, será rechazado y se establecerá un estado beligerante contra
el gobierno, con expresiones descalificativas, buscando la deslegitimación del
Gobierno y esmerilar la imagen de Alberto Fernández. Se potencia un caldo de
cultivo muy complicado.
La
gente tiene derecho de manifestarse como quiera, como así también expresarse
libremente. Incluso defender los intereses de un sector minoritario y poderosos,
en perjuicio de sus propios intereses de sector. Lo que no se puede aceptar el
discurso destituyente y anti democrático. Hay un fanatismo “anti”, cargado de
violencia e intolerancia, como no se veía después del 1955 hasta 1970 – 1974 donde
muchos hijos de “gorilas” se hicieron peronistas. La violencia y la
intolerancia se retomó en 1976 con Videla y Cía. Luego se diluyo en 1983 hasta
el conflicto con Clarín y el campo, que lo exacerbaron nuevamente. Los
manifestantes que mueve esta derecha, en plena pandemia y en el pico de contagios
y muertes, son anti peronista viscerales, además de anti cuarentena, anti
vacuna, defensores del patriarcado, o sea anti ideología de género, los anti
barbijo, la suma de todos los anti. Pero no es lo mismo el sujeto social
legítimamente cansado que el objeto desestabilizador de unos dirigentes y medios
furiosos. Son comunes estas manifestaciones de grupos de derecha en América
Latina las que se tornaron tan regulares como visibles. Tendría que ser la
dirigencia quien debe marcar cierta coherencia, responsabilidad y razonabilidad,
pero son ellos los que se montan en esa ola, aumentando la apuesta. Como viene
ocurriendo en el mundo con estas derechas reaccionarias, el poder de ellos
radica en profundizar las divisiones y la confrontación, además del uso
eficiente de la tecnología.
Algunos
dirigentes y seguidores de esta derecha, son hijos o nietos de aquellos
comandos civiles que pusieron bombas en una manifestación en Plaza de Mayo, los
que escribieron Viva el Cáncer a la muerte de Evita, los que marcharon en
Corpus Christi 1955 y los posteriores bombardeos a Plaza de Mayo, aquellos
civiles que aportaron su apoyo y funcionarios a la Revolución fusiladora y
repitieron en 1962, 1966. Los que desaparecieron y violaron los restos
de Evita. Así podemos seguir enunciando distintos actos reaccionarios y
cargados de odio y rencor tras los años hasta llegar a 1976, con el más
sangriento de los golpes cívico – militares. Nada cambió, tan solo se han
adaptado a estos tiempos. Sus reacciones y actitudes son las mismas, tan sólo y
por ahora, los militares están al margen, a su pesar. Será porque no quieren
volver a pagar el costo solo ellos.
Es una
oposición destituyente: sus manifestaciones son elocuentes; Ernesto Sanz se
preguntó: "¿Cuánto tiempo demora
esto en explotar?". López Murphy: "El
17A fue un aviso, si no prestan atención a los vientos, tendrán
tempestades". Patricia Bullrich y Ernesto Sanz celebraron el escenario
“histórico” de ser una oposición que le “sopla
la nuca” al peronismo en el poder. Tengamos en cuenta que antes que asumiera Alberto Fernández los «Defensores de
la República» (ligados a Coalición Cívica), un ignoto grupo de productores
rurales, terratenientes en su mayoría, publicó en redes sociales un video que
constituye una verdadera amenaza al presidente recién electo.
No
asumen que han sido derrotados, pretenden imponer al gobierno –como sea - su
agenda y condiciones. No aceptan el funcionamiento de la democracia. Además
asesoran y opinan como si no hubieran gobernado los últimos cuatro años, donde
dejaron los índices económicos y sociales más malos de los historia reciente.
Ahora quieren imponerle medidas que ellos no tomaron cuando gobernaron. Un
ejemplo: rebajaron las jubilaciones y ahora exigen aumentarlas. Vaciaron el
fondo de garantía de sustentabilidad y ahora lo quieren defender. Hablan de la
Justicia y la República, cuando quisieron poner jueces supremos por decreto,
pusieron jueces a dedo sin aprobación del senado y Macri dijo: echará a quienes
no piensen como Cambiemos. Los que antes toleraban todo del anterior gobierno,
ahora exigen soluciones urgentes, mientras el gobierno con aciertos y errores trata
de encausar el País en medio de una pandemia que hundió todas las economías del
mundo.
Se
habla mucho de la existencia de “halcones y palomas” en esta coalición. Un ala
dura, que no tiene funciones de gobierno y un ala más negociadora o blanda, que
son aquellos gobernadores o intendentes. Hasta ahora siempre impone sus
condiciones el ala más reaccionaria. Igualmente funcionan como un equipo, el
fin es desgastar al gobierno, los reaccionarios golpean y los “moderados”
esperan su oportunidad para recoger los beneficios. Bullrich al respecto dijo: “Uno es igual al
espacio al que pertenece hasta que no manifiesta lo contrario”.
Lo que
no entienden es porque perdura en el tiempo el PERONISMO, después de mil
batallas que le han dado con prohibiciones, persecuciones, censuras, cárcel y
muertes. Perdura por todo aquello que ellos no le han sabido dar al pueblo y la
patria, dignidad, trabajo y sobre todo felicidad.
Al
respecto de las derechas reaccionarias, hay un muy buen artículo de Esteban
Magnani, que les invito leer íntegramente: https://nuso.org/articulo/por-que-avanza-la-extrema-derecha/?utm_source=email&utm_medium=email
Esteban Magnani dice: La tarea de comprender a la nueva
extrema derecha no es fácil, porque más allá de cierto eje común que reúne el
racismo, el antisemitismo, el antifeminismo o el uso de delirantes teorías
conspirativas y de datos e inteligencia artificial, la derecha se adapta con
facilidad a los miedos y frustraciones particulares de los olvidados de cada
país.
La capacidad de manipular a las poblaciones
por medio de la nueva potencia de los datos, algoritmos e inteligencia
artificial hizo su brutal entrada en la escena gracias al escándalo de
Cambridge Analytica, pero su diversidad se manifiesta en las grietas que
proliferan en las sociedades occidentales.
Sobre Steve Bannon dice: Director del sitio
de noticias de ultraderecha Breitbart News (famoso por sus brutales ataques
contra quienes se interponen en el camino de sus protegidos y por el uso de
noticias falsas), fue despedido de la Casa Blanca en agosto de 2017 por sus
posiciones extremas, sobre todo las contrarias a la globalización. Desde
entonces se dedicó a asesorar a buena parte de los sectores más radicalizados y
racistas de Europa y América Latina. En este personaje particular, afecto a
usar dos camisas superpuestas, se catalizan las ideas de una derecha que perdió
la vergüenza de decir lo que piensa y que cuenta con una gran capacidad
tecnológica para cultivar los discursos de odio en el fértil estiércol
neoliberal.
Por eso vale la pena detenerse en el
recorrido del hombre que estuvo detrás de las campañas, en general exitosas, no
solo de Trump, sino también del Brexit en Reino Unido, de Jair Bolsonaro en
Brasil, de Viktor Orbán en Hungría, de Matteo Salvini en Italia, del partido
Vox en España y de Marine Le Pen en Francia (quien luego rechazó trabajar con
él), entre otros. En esos años fundó El Movimiento, una organización pensada
para ayudar a los partidos nacionalistas europeos en sus campañas políticas.
También, según puede verse en el documental Nada es privado (Karim Amer y
Jehane Noujaim, 2019), colaboró con la campaña de Mauricio Macri en Argentina y
trabajó para Guo Wengui, un exiliado chino multimillonario opositor al régimen
de su país.
Para Bannon, en ese panorama se hacía
necesario un populismo nacionalista liderado por alguien dispuesto de patear el
tablero, un vengador que llamase las cosas por su nombre. Un hombre como Trump.
Sin ese contexto, no es posible comprender el éxito de las campañas de
desinformación brutales que fueron sembradas intencionalmente, pero que echaron
raíces y florecieron en una población enfurecida que veía al poder financiero,
a los demócratas y a los republicanos, la corrección política, el feminismo y a
los movimientos por los derechos de las minorías como un combo indistinguible
que los empobrece y humilla. No solo deben endeudarse para sobrevivir, sino que
se los acusa de machistas, xenófobos, racistas y contaminadores, quitándoles
cualquier reserva de dignidad, sobre todo a los varones (las mujeres también
votan a la derecha, aunque Trump exagera los porcentajes).
A principios de este año salió el libro War
for Eternity, del etnomúsico Benjamin Teitelbaum, quien lleva años estudiando a
oscuros pensadores de derecha (anteriormente escribió Lions of the North, sobre
el nacionalismo en Escandinavia). Al escuchar a Bannon en sus entrevistas,
Teitelbaum elaboró una hipótesis: él, al igual que algunos otros pensadores de
la derecha, es un tradicionalista.
El tradicionalismo es una corriente
filosófica de comienzos del siglo XX con fuertes vínculos con el fascismo y que
establece que la historia es cíclica, con cuatro periodos que se repiten. Cada
uno de estos periodos se vincula a una clase que tiene el poder: los filósofos,
los guerreros, los mercaderes y los esclavos (siempre varones, por supuesto).
La fase final, la de los esclavos, marca la descomposición del sistema hasta el
inicio de un nuevo ciclo.
Las redes sociales, que carecen por
completo de una «responsabilidad editorial», son el espacio ideal para que
surjan, se testeen, desarrollen y florezcan posiciones extremas sin fundamentos
argumentativos. Bannon explica en su entrevista cómo se consolidó la usina de
noticias falsas que dirigía: «Fue la sección de comentarios la que comenzó a
construir algo del poder de Breitbart, además de que nosotros éramos más
inteligentes (...) Teníamos una increíble optimización para aparecer en las
búsquedas. Fue la unión de tecnología y contenido.
Los Trump y los Bolsonaro son los
candidatos ideales para una campaña basada en la destrucción de los
contrincantes sin necesidad de apelar a la verdad. Como en un judo discursivo,
la fuerza del contrincante se utiliza para irritar aún más a los propios y
hacerlos reaccionar.
Si bien las grandes líneas del descontento
social son perceptibles por cualquier analista político, al mirar a las
personas de cerca surgen matices particulares que requieren una comunicación
segmentada, como la que llevaron adelante Cambridge Analytica o los numerosos
trollcenters del mundo que activan a los sectores más radicalizados a tomar las
calles como nunca antes. Eso es lo que permiten las redes sociales: poner en
juego las noticias, verdaderas o falsas, y encontrar las que se instalan en la
sociedad para utilizarlas como encuadre de las noticias futuras que continúen
abonando una mirada sobre el mundo. Como dice Teitelbaum: «El tipo de activismo
apoyado por Cambridge Analytica fue una forma innovadora y potenciada de algo
que la extrema derecha llama metapolítica. La estrategia implica hacer campaña
no a través de la política, sino a través de la cultura, a través de las artes,
el entretenimiento, los intelectuales, la religión y la educación. Esos son los
lugares donde se forman nuestros valores, no en una cabina de votación». Los
militantes deberán insertarse en todos los espacios, sobre todo los apolíticos,
y comenzar a bajar su mensaje de a poco, buscando crear un nuevo sentido común,
no ya con ancianos aburridos hablando pausado sino de una manera atractiva,
seductora y con herramientas que permitan medir en tiempo real la circulación
de los mensajes, como hacen los influencers y youtubers de derecha. Como decía
el fallecido Andrew Breitbart, el creador del sitio que luego dirigió Bannon,
«la política se encuentra corriente abajo de la cultura».
Esa lucha cultural se está transformando en
algo brutal, con campos enfrentados que perciben la realidad desde lugares
distintos y sin puntos de contacto. El gran éxito de la nueva derecha en
Estados Unidos ha sido construir un solo enemigo que condensa al capital
financiero, globalizador, exportador de trabajo, centrado en los derechos
humanos, de los homosexuales, feminista, ecologista, etc. La prueba de que son
lo mismo, como dice Bannon, es que «el presidente más progresista de la
historia de Estados Unidos, el presidente Obama, salvó a los ricos». Esa
desconfianza contra todos es la que le permite a Trump señalar a los
periodistas y decirles en la cara «ustedes son las noticias falsas» sin
ruborizarse.
En el mismo lodo
En cada país la derecha supo adaptarse a
los contextos. En Brasil, por ejemplo, parte del éxito de gobiernos extremistas
como el de Bolsonaro puede entenderse por las limitaciones del Partido de los
Trabajadores (PT) para producir cambios estructurales, pero también por el
constante ataque de los medios del establishment cuando efectivamente el PT
intentaba producirlos. Buena parte de la sociedad, cocinada a fuego lento en el
odio destilado por los medios tradicionales, estaba preparada para absorber las
más delirantes noticias falsas o teorías conspirativas que se pudieran inventar
y testear desde la derecha a través de Facebook, Twitter o, como ocurrió en
Brasil, Whatsapp. Contexto, dinero y tecnología permitirían desarrollar ese
potencial para que Bolsonaro ganase en las urnas.
Estas líneas permiten trazar algunas
respuestas sobre el avance de la derecha global, pero es mucho lo que queda por
responder. ¿Alcanza el rechazo de amplios sectores del establishment para no
considerar a estos nuevos populismos de derecha simplemente como otra «vuelta
de rosca» neoliberal? ¿Son sostenibles estos gobiernos basados en mantener
irritadas a sus bases de apoyo y en neutralizar a sus adversarios? ¿Qué lugar
tiene la realidad material, como expone brutalmente la pandemia, para socavar
sus discursos anticientíficos y antiiluministas? Hasta ahora la receta ha sido
duplicar la energía de cada ataque, pero ¿hay un límite? ¿Podrán sobrevivir al
nivel de descomposición social que ellos mismos potenciaron? Y, sobre todo,
¿qué viene después de sus cada vez más evidentes fracasos para satisfacer las
expectativas de las bases electorales?
Daniel
Fernández
Septiembre
2020
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