“Es un período suficiente para
que nuestros acreedores tomen decisiones. En este período va a haber gente
jugando muy fuerte. Hay muchos intereses en juego. Las voces de nuestros
acreedores, que buscan que la Argentina pague más, van a estar resonando. Va a
ser importante que como sociedad tomemos el compromiso de estar unidos sobre
esta oferta.
Martín Guzmán – Ministro de
Economía
Siempre he dicho que
suelo recurrir con frecuencia a personas que escriben y dicen lo que uno piensa
con mayor claridad y calidad, una vez más recurro a Eduardo Aliverti aquí copio
su editorial del 20 de abril, que me pareció muy acertada y les recomiendo
leer. Gracias
Es tiempo de utopías
de Eduardo Aliverti
Si algo queda claro, en estos
días que avanzan en definiciones, es la ratificación de cómo se ubica cada
quien en torno de algunos grandes planteos gubernamentales.
Hay mucho número de por medio y
no es que no deba interesar el análisis fino del proyecto para gravar a las
grandes fortunas del país. O el del cronograma de pagos presentado a los
bonistas. Pero importa tanto o más cuál es la postura política, básica,
instantánea, intuitiva, que se adopta frente a determinados temas.
Tomemos un ejemplo. Hoy, lo que
se llama “inseguridad”, en su acepción relacionada con los delitos urbanos, no
forma parte de las preocupaciones sociales o instaladas por la agenda
mediática. Pero cada vez que esa cuestión reapareció, y toda vez que vuelva a
hacerlo, lo habitual es encontrarse con aquello de que “la seguridad no es de
derecha ni de izquierda”. Al escuchar eso, es inmediato saber que se está
frente a un pensamiento de derecha.
Trasladado ese precepto a los dos
hechos que la semana pasada agregaron combustible político, ocurre lo mismo.
Basta ver quiénes son los
disgustados y hasta enfurecidos con la propuesta parlamentaria oficial de
impuesto extraordinario a los más ricos, junto con la reacción frente al
programa planteado a los acreedores.
Con eso alcanza para saber por
dónde se profundizará un ataque feroz, de apariencia estrictamente mediática,
cuando en rigor se trata de voceros directos del capital concentrado.
Portavoces y mandaderos. Algunos más serios; otros payasescos; algunos
ideológicamente solventes, con buena pluma y verba; otros, apenas
representantes del ideario simplote, facho, que siempre tiene a mano el recurso
de la indignación. Pero todos, quien más, quien menos, subsidiarios de la
información y de la opinión como mercancía del poder verdadero.
Reproducimos debajo, nuevamente,
un tramo de la columna que Alfredo Zaiat publicó en este diario el domingo 1 de
marzo pasado. El coronavirus quedaba lejos. El centro de la atención mediática
discurría por la (entonces futura) oferta a los bonistas. Y los gurús, como
ahora retomaron, advertían que el Gobierno carece de plan económico alguno para
encauzar una senda de crecimiento, simultáneamente capaz de conseguir los
dólares a fin de pagar en algún momento.
“Existen (…) intereses políticos
del establishment local que confluyen con los de los acreedores. El canal de
expresión que tienen son los medios de comunicación con mayor capacidad de
penetración en el mercado. Esas grandes empresas de medios que comercializan
contenidos, como uno de sus negocios principales, son parte activa del poder
económico. Éste va siendo moldeado y condicionado con sus diarios
posicionamientos políticos y económicos, y actúa a la vez como vocero
calificado del conjunto. Esas firmas mediáticas, como sus principales
accionistas y la mayoría de las compañías líderes, han destinado una parte de
sus excedentes financieros a comprar títulos públicos. En los balances de cada
una de ellas están registradas tenencias de bonos. El derrumbe de las
cotizaciones de los papeles de deuda les representó una pérdida financiera y la
próxima reestructuración también les significará, dependiendo de cómo se
defina, una mayor o una menor carga negativa en el renglón financiero de sus
respectivos ejercicios económicos. Se despliega entonces una coincidencia
objetiva entre miembros del establishment local y los grandes fondos
acreedores, en relación a cuestiones financieras. Pero también irrumpe la
cuestión política, ideológica y de negocios que exacerba la presión al gobierno
en alianza con financistas internacionales. Es una disputa económica. Pero es,
fundamentalmente, una disputa de poder. O sea, de quién es el que tiene más
capacidad para definir cómo son las condiciones de la negociación”.
Significa, como asimismo dijimos
en este espacio, que los medios de comunicación, sus economistas de la City y
la pléyade de opinadores que, más a cada rato que todos los días, hablan del
plan económico que no existe, de las batallas entre Presidente y vice, de un
futuro poco menos que apocalíptico si no hay arreglo “responsable” con los
acreedores, son… acreedores.
Conviene, también, insistir con
algunas aclaraciones que puedan despejar la idea de que las cosas fáciles de
diagnosticar son sinónimo de recetas infalibles.
El mundo casi entero atraviesa un
escenario que oscila entre dramático y terrorífico. Argentina no sólo no es
excepción, sino que determinadas características la ubican en un plano de
tormenta perfecta, sobre todo al cotejársela con la realidad y panorama
vigentes hasta 2015.
La deuda externa más grande e
irresponsable del planeta, el crecimiento vertiginoso de pobreza e indigencia,
un aparato industrial que funciona con suerte a la mitad, las pymes que ya
estaban con respirador artificial, vienen a sumarse al contexto pandémico.
El Gobierno reaccionó con una
prontitud de acciones sanitarias que le elogian inclusive sus enemigos de
adentro y afuera. Adoptó medidas adscriptas a un Estado presente ante los más
débiles. Y, ahorcado por la deuda catastrófica que dejó Macri, no ha hecho más
--nada menos-- que cumplir con su palabra electoral: primero proponer cuánto y
cómo pueden postergarse los pagos, de modo tal que la asfixia no termine de
liquidar a una economía agónica, para recién después instrumentar cifras y
proyectos concretos.
En cualquier caso, la crisis
deberán pagarla los que más tienen y, si no, no será nada. La orgía de
especulación financiera que nos condujo hasta acá, así el coronavirus no
existiese, tiene culpables y responsables específicos que hoy requieren un
Estado salvador. De ellos.
¿Qué hace esa gente? Nada muy
original. Reclama ajustar el costo de “la política” y de “los políticos”, y
llama a levantar el aislamiento para que el darwinismo social acomode los
tantos eliminando adultos mayores.
Tan afectos ellos a los pedidos
de autocrítica del populismo, no ejercieron ni una sola respecto del modelo que
vertebraron. No quieren poner un peso, se victimizan, insisten en agarrárselas
con el gasto público, imponen rebajas salariales en canje por no despedir
trabajadores.
Subrayar esas posiciones quizá no
sirva de mucho, en la vida cotidiana, para distender la inquietud, horrible,
respecto de una actividad económica prácticamente detenida, a la que le llovió
sobre inundado.
Cuando el virus se vaya o
aminore, más tarde o más temprano, las consecuencias serán espantosas porque
costará horrores la readecuación a circunstancias “normales”. Mucha gente,
difícil de cuantificar, habrá quedado excluida del circuito productivo y de
consumo. Probablemente, con sectores de clase media a la cabeza.
No todos, pero la mayoría seremos
más pobres. O estaremos más ajustados. O como quiera denominarse a una
situación en la que se habrá añadido el frente externo gracias a la deuda
impagable, que muy posiblemente complique toda salida que pueda imaginarse.
Sin embargo, como dijo el
Presidente en Olivos, al presentar las grandes líneas de la oferta a una parte
de los acreedores, tal vez estemos ante una oportunidad histórica para
construir una sociedad más solidaria, más justa. Puede tomársela como una frase
hecha, es cierto, pero no es eso lo que la desmentiría. Su refutación
transcurre por otro lado. Pasaría por que el Gobierno no asumiera cargar la
crisis en quienes tienen la chance de hacerlo, sin siquiera dejar de ganar
plata a lo pavote.
Cualquier escena es
complicadísima. Pero, como insiste en señalar Roberto Feletti, los argentinos
disponemos de variables que, bien administradas, trazan un esquema
potencialmente más optimista que el de otros mercados emergentes.
Alimento, techo, energía, salud
pública, vestimenta, son necesidades básicas que el país puede resolver o
manejar por las suyas. Objetivamente. Desde ya que un default agravaría el acceso
al crédito desde el exterior, que hay insumos importados que son
imprescindibles y que además existe un patrón de consumismo cultural muy
difícil de deshacer sin generar malhumor social.
Pero, si es veraz que el
coronavirus, la economía parada y el estrangulamiento externo son, en efecto,
la tormenta perfecta, también podría serlo que, con un liderazgo político
firme, haya una visión remozada, inteligente, decidida, del vivir con lo
nuestro.
Aunque suene facilongamente
romántico, es tiempo de utopías.
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