Maradona, según Eduardo Galeano
Diego Armando Maradona y Eduardo Galeano compartían una
admiración mutua que no temían manifestar, hecho que se puede comprobar en
diferentes declaraciones públicas y en las múltiples referencias al astro
argentino que el escritor uruguayo plasmó en sus obras.
Una de las más resonantes y recordadas aparece en su libro
Cerrado por Fútbol (2017), en el cual Galeano describe al "10" como
“el más humano de los dioses”, una definición que ya había adelantado en el
programa Los días de Galeano.
“Maradona se
convirtió en una suerte de Dios sucio, el más humano de los dioses. Eso quizás
explica la veneración universal que él conquistó, más que ningún otro jugador.
Un Dios sucio que se nos parece: mujeriego, parlanchín, borrachín, tragón,
irresponsable, mentiroso, fanfarrón”, decía Galeano.
En ese mismo fragmento, el escritor uruguayo hacía
referencia al precio de la fama y el éxito que debió soportar Diego, por ser el
mejor de la historia del fútbol: “Pero los dioses no se jubilan, por muy
humanos que sean. Él nunca pudo regresar a la anónima multitud de donde venía.
La fama, que lo había salvado de la miseria, lo hizo prisionero”, agregó
Galeano.
“La exitoína es una droga muchísimo más devastadora que la
cocaína, aunque no la delatan los análisis de sangre ni de orina”, concluyó el
escritor en el conmovedor video.
En vida, cada uno de ellos era declarado fanático del otro.
Los unían ideales, pensamientos que defendieron siempre.
En 2015 cuando “el 10” supo que Galeano había muerto le
dedicó un cálido mensaje: “Gracias por luchar como un 5 en la mitad de la
cancha y por meterles goles a los poderosos como un 10. Gracias por entenderme,
también. Gracias, Eduardo Galeano: en el equipo hacen falta muchos como vos. Te
voy a extrañar”.
Este 25 de noviembre pasará a la memoria de los argentinos
por la muerte de Maradona. Lo que muchos creían imposible finalmente sucedió en
el mediodía de este miércoles.
Por eso, es necesario recordar el día que Galeano cayó a sus
pies.
30 de noviembre de 2020
Hay que alentar lo Maradó - Por Eduardo Aliverti
Uno piensa en eso de las
contradicciones probablemente insalvables, que ni el mejor ejercicio dialéctico
resolvería. O tal vez sí, y es uno el impedido.
Lo piensa a partir de los entreveros
por el velatorio de Maradona en la Casa Rosada, por ahora con los incidentes
excluidos.
En medio de tener que seguir
cuidándose porque el bicho sigue ahí; porque hay que prevenirse contra los
excesos de optimismo; porque nadie asegura nada, aun con el panorama alentador
de las vacunas, resulta que ante la partida del 10 se (nos) cayeron
terminantemente todas las recomendaciones militadas, sea porque se estuvo en
esas filas abigarradas de cuadras y cuadras o por haber temblado de emoción al
verlas.
Uno se cansó de putear contra las
manifestaciones opositoras al Gobierno por interpretarlas como invitación al
contagio, al margen de sus contenidos políticos; y vio, ve, con demasiadas
cosquillas negativas, el relajo en las… favorables, digamos.
Y entonces se muere Maradona, y
medio que todo importó un pito.
Contradicción irresoluble.
Es decir: se cayó en la cuenta de
que no se podía hacer nada que no fuese organizar las cosas, de un momento para
otro, de una manera que antes que mejor, incluso, fuese lo menos peor posible,
porque así lo imponía la dimensión inconmensurable de la figura involucrada.
El tipo de pasión que despierta
Maradona es equiparable a la de absolutamente nadie, de modo que todos nos
preguntamos “y ahora qué se hace, má’ que coronavirus”. Cómo.
Uno pensó si acaso no es hacerle
el juego a los carroñeros detenerse en los detalles del desaguisado, pero,
¿cómo podría evitarse el mínimo abordaje de lo que vimos todos?
Las cosas salieron muy mal, y es
un dolor tremendo la cantidad de gente que se quedó afuera de volver a
proyectarse en el Diego con un último saludo de segundos.
Eso fue el efecto de una
desorganización notable, virtualmente increíble, que no debe perdonarse.
Que la familia no tomara
conciencia de que el muerto ya no le pertenecía, porque era del pueblo, es un
juicio válido pero subjetivo, que no afecta la irresponsabilidad estatal.
¿O es que en un funeral de Estado
deben primar los sentimientos familiares sobre las condiciones organizativas y
de seguridad?
¿Entendemos bien, y Claudia
Villafañe fue la jefa de Estado desde la muerte de su ex marido hasta el retiro
del cuerpo?
Dicho, siempre, con la prevención
de que uno no es más que un comentarista y no está en los zapatos de quienes
deben tomar peligrosas o embarrantes decisiones institucionales, todos hicieron
todo mal.
Todos.
Hablamos del gobierno nacional,
en primer término, y del de la Ciudad; que encima se prendieron en un cruce de
acusaciones horrible, al que le cabe la muy fea, pero precisa acusación de
haberse tirado al muerto de un lado para otro.
Al no coordinar nada de nada, una
vez resuelto que el velorio sería en Casa Rosada y siendo que respecto de
cualquier otro lugar o procedimiento hubiese pasado exactamente lo mismo
(justamente por aquello de no organizar nada), la sucesión de errores fue
impresionante.
El comienzo operativo de las
equivocaciones fue no haber cerrado la Plaza de Mayo desde la madrugada, para
evitar la obviedad de que fuera copada por los barras que, a primera hora, la
pudrirían más obviamente todavía.
Sacaron la cuenta de hasta un
millón de personas contra toda matemática escolar de cómo se haría para
administrarlas y conducirlas en apenas diez horas de adiós al ídolo más grande
de la historia argentina, definición que puede merecer reparos moralistas, pero
no de objetividad descriptiva.
Ceremonial y Protocolo
presidenciales; la Casa Militar que controla(ría) la seguridad en la Rosada; la
policía metropolitana presta a reprimir a puro balazo de goma a la primera de
cambio, como si eso tampoco lo supieran de antemano; la falta de un cordón
siquiera para prevenir las trepadas a las rejas; el ingreso al Patio de las
Palmeras; los ministerios de Seguridad improvisando, desbordados…
Todos volcaron, desde el momento
en que nadie pareció tener conciencia de que el muerto era Maradona.
Lo cierto son esas almas que se
quedaron sin despedir al Dios de existencia efectivamente comprobada.
¿Vieron la constitución de esa
multitud?
Salvo que el ojímetro falle
gravemente, la mayoría aplastante de quienes pusieron el cuerpo para despedir a
Maradona era de gente muy joven y de sectores populares, bien de abajo, bien de
golpearse el corazón en su nombre, bien de que se mezclaron todas las camisetas
dándole una pacífica clase magistral a la pulcra hipocresía de que hay que
superar la grieta.
No se trata de romantizar a los
pobres ni al muerto, sino de haber constatado que el vínculo entre ellos es tan
leal, tan estrecho, como para registrar que era ingambeteable --Diego
incluido-- lo que paradójicamente fue definido en forma brillante por el título
de un artículo del diario La Nación, firmado por Nicolás Cassese y María
Nöllman.
“Maradona tuvo un velatorio como
su vida: caótico, emocionante y plebeyo”.
Ya están y vendrán las tonterías
de que, si no se pudo organizar bien un velorio, mal podrá distribuirse la
logística gigantesca de aplicar la vacuna que fuese.
Mentira o, de base, no tiene nada que ver: en eso sí viene
trabajándose hace meses y tenemos uno de los mejores planes de vacunación
masivos que exista.
Como el 10, nuestras exuberancias positivas y negativas son
muy difíciles de comparar.
El mundo vuelve a andar de a poco tras estas horas de
detención y ¿locura?
Volveremos a nuestros índices inflacionarios, al dólar blue,
al desabastecimiento de materiales para la construcción, a las peleas contra la
trifecta comunicacional, a que los movimientos sociales controlen diciembre en
el conurbano bonaerense, a la procuraduría fiscal, a los mandobles de AEA, a
las primarias sí o no, a la legalización del aborto, al cálculo de los haberes
jubilatorios, a la emisión monetaria, al gorilaje desencajado, en este país que
se cae y se levanta, y viceversa, y viceversa otra vez.
Un país prácticamente indescifrable, al que lo único que le
faltaba es que se muriera Maradona (aunque un oyente de radio advirtió con la
pregunta de si ya se sabe cuándo caerá el meteorito, como para completar el
año).
En Brasil se morirá Pelé, por decir, y podría arriesgarse
que habrá ciertas manifestaciones intensivas pero, sólo, para despedir a un
jugador de fútbol descomunal.
Maradona, en cambio, fue y es una imagen infinitamente
superadora de su arte.
No sólo ni acá ni en Nápoles sino, casi, en ninguna parte
del universo, fue sentido que se despedía, apenas, al malabarista más
extraordinario de una actividad genial, exclusiva, movilizadora también como
casi nada.
Ese deporte en que las manos no se pueden usar salvo en un
puesto entre once, para devolver la pelota desde sitios laterales y para que
Maradona haya cometido la picardía más celebrada de todos los tiempos.
La ilustración del The Guardian, con la reina despatarrada y
furiosa como si fuese Shilton, el arquero inglés en el partido más famoso de la
historia del fútbol en su jugada máxima, con Diego dejando atrás a Churchill,
Shakespeare y Los Beatles, entre otros, posiblemente explica todo o muy buena
parte sobre el porqué del sentimiento popular.
No por Maradó como jugador.
Como Fiorito, fierita y símbolo de que el abajo puede.
O sea: lo que expone que los argentinos sigamos siendo
lamentable y afortunadamente una incógnita desorbitada, en la que todo lo que
pasa y pasará es al menos discutible y disputable
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