Hace unos meses leí un libro que
me había regalado un amigo, el Dr. Carlos Alberto Fernández Pardo y que tenía en
mi biblioteca: “El Tercer Reich” de Klaus Hildebrand. Motivo mi lectura la
curiosidad de buscar, si había, alguna similitud en las ideas y políticas de
Hitler con las de Milei.
Luego me entero por las noticias
que el presidente Javier Milei denunció a los periodista Carlos Pagni, Ari
Lijalad y Viviana Canosa por presuntas "calumnias o falsa imputación".
Supuestamente los tres habrían realizado manifestaciones en las que le
atribuyen conductas similares al dictador nazi Adolf Hitler. Además de tildarlo
de "déspota" y "autoritario".
Ante todo no creo que Mieli se
parezca a Adolfo Hitler, aunque si –creo- que tiene características fascistas,
podría decirse que es un “aprendiz de fascista del sub desarrollo”. El
contraste seria que Hitler baso su política hacia la expansión territorial y
racial. Aspiraba a crear un hombre nuevo, a través de la conquista del planeta
y del cultivo de una raza superior, dentro del marco de un “Gran Imperio
Germánico”. Además Hitler era un nacionalista extremo, Milei vive denostando a
los argentinos y a la Argentina.
Milei no es expansionista y mucho menos nacionalista, por el
contrario, es colonialista. Entrega todos los recursos y tierras posibles al
poder económico nacional y extranjero. Se subordina a las políticas de Estados
Unidos y FMI.
Aquí les dejo algunos tramos del libro en los cuales
encontré similitud a las políticas del Gobierno de Javier Milei:
De forma similar, Hans-Ulrich Thamer reconoce también que, entre los
diferentes sistemas fascistas, existen <<diferencias en los supuestos
ideológicos y políticos, en el carácter e importancia de ciertos componentes
ideológicos, en la dinámica y en el grado de radicalización, en el ritmo de
penetración del poder fascista y en la escala de éste». Sin embargo, según este
autor, «en la hetorogeneidad de los principios, en el carácter de las alianzas
y de los compromisos políticos, en la conjunción imperfecta de las fuerzas
autoritario-conservadoras y fascistas, en la ambivalencia de la tradición y la
revolución del fascismo como respuesta a una situación de crisis específica...
se manifiesta un núcleo común a todas las manifestaciones de éste⟫ y, ello, explica la «legitimidad
de un concepto genérico de fascismo» (160: Thamer, Ansichten des Faschismus,
35).
(Aunque se manifiesten en todo momento los presupuestos y
condicionantes de ámbito europeo de su dictadura), Hitler es un fenómeno
alemán. Fue la aguda discrepancia entre idea y realidad, entre radicalismo
intelectual y reaccionarismo político en la Alemania de los siglos XIX y XX lo
que se dirimió definitivamente en la doble revolución de Hitler, esto es la del
triunfo total de 1933 y la del fracaso, asimismo, total, de 1945. La ideología
de Hitler extraía su savia del «problema alemán>>> del siglo XIX;
aunque los efectos de su forma de actuar se dejasen sentir en todo el mundo,
Hitler fue ante todo un fenómeno alemán y austriaco. Sin embargo, esto no
quiere decir continúa diciendo Karl Dietrich Bracher saliéndose del marco
estrictamente científico que no represente para todos los políticos una
advertencia y una experiencia... La enseñanza que se debería extraer -y que,
por lo demás, no se debería olvidar, interpretar en un sentido torcido o
utilizar mal- es que las concepciones políticas de signo radical que prometen
la «solución final>> de todos los problemas no sólo no están nunca al
servicio de unos objetivos humanos, sino que, por el contrario, convierten a
los hombres y a sus valores en meros instrumentos de un régimen bárbaro. Hoy,
cuando nos encontramos en presencia de nuevos y viejos extremismos, la derrota
y la caída de Hitler hace brotar la esperanza de que semejantes concepciones
radicales, sean cuales fueren, estén condenadas al fracaso (131: Bracher,
Zeitgesch. Kontroversen, 99-100).
El Parlamento fue disuelto el 1 de febrero de 1933, dos días después
del nombramiento de Hitler como canciller. En la campaña electoral previa a las
elecciones del 5 de marzo de 1933, el terrorismo nazi, que a partir de ese
momento contaba con la nazi cobertura del Estado, se dirigió de forma abierta
contra todos los adversarios políticos, y en primer lugar contra los comunistas
y socialdemócratas. En la primera fase de la conquista del poder y durante la
consecución gradual de ésta, época en la cual solía ser difícil distinguir las
medidas de tipo legal de las acciones terroristas, tuvo una importancia
decisiva el control por parte de los nazis de los ministerios del Interior del
Gobierno Central y de Prusia y, en consecuencia, de las fuerzas de policía.
Dicho control se ajustaba a las normas de la teoría totalitaria sobre el golpe
de estado moderno. En efecto, Göring, valiéndose de su posición a la cabeza del
aparato policial prusiano, creó una policía auxiliar integrada por 50.000
hombres, entre los que se encontraban 40.000 miembros de la SA y de las SS. De
esta forma, las bandas de matones del «movimiento>> nazi obtuvieron
atribuciones policiales. El 17 de febrero de 1933, Göring, en una orden
tristemente famosa dirigida a la policía prusiana, invitaba a los miembros de
ésta a que hiciesen «un uso generoso de las armas de fuego» (88: W. Hoffer).
Alguien tiene dudas que Javier
Milei no quiere al Congreso Nacional, gobierna por decreto y dijo: el Congreso,
es un “nido de ratas”, y tildo a los políticos como “una mierda que la gente
desprecia”. Todo a pesar que le aprobaron la “Ley Base y las Facultades
delegadas”.
Ya en los primeros días de febrero de 1933, los nuevos gobernantes, en
virtud de medidas urgentes establecidas de acuerdo con el artículo 48 de la
constitución de Weimar, empezaron a obstaculizar las actividades de los demás
partidos, a limitar la libertad de prensa y a controlar el aparato burocrático
mediante depuraciones. El proceso de sumisión y reorganización de dicho
aparato, que se llevó a efecto, desde fuera, mediante la intervención del
partido y, desde dentro, mediante la acomodación de funcionarios a la nueva
situación política, desembocó en la «ley de reorganización de la burocracia>
del 7 de abril de 1933. Dicha ley otorgaba al partido y al Estado un poder omnímodo
sobre los funcionarios «indeseables», dado que, a partir de ese momento,
cualquiera podía ser despedido, hasta cierto punto de manera arbitraria, si se
dudaba de su capacidad profesional, si no era de ascendencia aria y si, merced
a su pasado, existían razones para que se dudase de su <<disposición
incondicional y constante a favor del Estado nacional».
De esta forma, el estado de excepción con carácter permanente tenía una
base jurídica y la persecución de los adversarios políticos y el terrorismo
ejercido sobre los mismos se revestía con una apariencia de legalidad. En este
clima de inseguridad jurídica sancionada por las propias leyes y de abierto
terror, dirigido principalmente contra el KPD (Partido Comunista Alemán),
tuvieron lugar las últimas elecciones "semilibres" de Alemania.
La coalición gubernamental, formada por el NSDAP (Partido
Nacionalsocialista Obrero Alemán) y el DNVP (Partido Popular Nacional Alemán),
obtuvo el 51,9 de los votos en las elecciones del 5 de marzo de 2933. De
acuerdo con estos resultados, dicha coalición hubiera podido gobernar con
carácter constitucional bajo el control del Reichstag (parlamento).Sin embargo,
Hitler se esforzó en aislar al Parlamento y a los órganos de control
constitucionales con la ayuda de la «ley de plenos poderes".
La ley, presentada al Parlamento el 23 de marzo de 1933, requería para
su aprobación el beneplácito de las dos terceras partes de los diputados y en
la misma se preveía la posibilidad de otorgar al gobierno, durante un período
de cuatro años, el derecho a legislar sin la intervención del Reichstag y del
Consejo de Estado. Los diferentes partidos, desde el DNVP hasta los partidos de
centro (incluyendo entre estos últimos a los de ideología burguesa), se
encontraban ante el dilema de permitir o no su propia aniquilación. A pesar de
sus muchas dudas terminaron cediendo ante lo que ellos creían que era la marcha
inevitable de los acontecimientos. Al obrar así, abrigaban la creencia de que
la única forma de influir sobre el gobierno y de evitar males mayores, consistía
en colaborar con él y en aprobar sus decisiones y no con negativas. De este
modo, tenían la esperanza de obligar al gobierno a que se mantuviera dentro de
los cauces de la legalidad, de influir sobre la aplicación de la «ley de plenos
poderes», de salvar los aparatos de los partidos acomodándose a la situación
presente y, por último, de evitar daños a los miembros, a los funcionarios y a
los dirigentes de éstos. En el fondo, estas esperanzas nacían de un pensamiento
político fiel a las estructuras fundamentales del Estado de derecho,
pensamiento, al que, por principio, ni siquiera los gobiernos autoritarios de
Brüning, de Von Papen y de Von Schleicher se habían atrevido a atacar y que,
sin embargo, difería por completo de las prácticas seguidas por la dictadura
nazi. Les faltaba la experiencia necesaria para saber que frente a un régimen
totalitario no cabe la colaboración; sólo es posible el sometimiento o la
resistencia. Sólo el Partido Socialista, a través de su presidente Otto Wels,
alzó valerosamente su voz contra la «ley de plenos poderes>> y, a la
postre, ésta fue aprobada por el Reichstag con los requeridos dos tercios de
los votos.
La negativa de los socialdemócratas a dar su asentimiento a la ley,
confirmó la creencia de la Alemania burguesa y conservadora de encontrarse,
como siempre, en el lado en el que debía estar, esto es, en el frente formado
por todas las fuerzas "antimarxistas" lideradas por el Partizo Nazi.
Era evidente que el enemigo se encontraba en la izquierda política, toda vez
que, el 21 de marzo de 1933, dos días antes de la votación de la «ley de plenos
poderes», dicha creencia se había visto confirmada una vez más con motivo de la
celebración de un gran acto de unidad entre la nueva Alemania de Hitler y los
representantes de la vieja tradición prusiana.
Para la mayoría de los ciudadanos la vida transcurría con normalidad y,
con frecuencia, con más tranquilidad que en los revueltos tiempos del final de
la república. Sin duda alguna, el precio pagado a cambio de la paz y el orden eran
demasiado alto dado que, en el ámbito político, el terror había usurpado el
lugar que le correspondía al derecho.
Este estado de cosas hacía creer al pueblo que se había establecido el
orden largamente deseado, impulsaba la marcha acompasada e irreversible hacia
la dictadura y evitaba las incomodidades y complejidades sistema parlamentario.
Todo ello hizo que una gran parte de alemanes confiasen en él y que incluso lo
aplaudiera.
A partir de ese momento se hizo patente el cariz antisemita de la
filosofía de Hitler y del Estado nazi, después de que el NSDAP se hubiese
abstenido, durante los últimos años de la República de Weimar, de atacar a los
judíos y de que hubiese puesto el acento de su propaganda en la lucha contra el
comunismo para resultar convincente a los conservadores.
El comportamiento de los nazis hacia los judíos suscitaba recelos entre
la población, pero, al mismo tiempo, el antisemitismo gozaba de una cierta
popularidad.
Asimismo, el hecho de que muchas personas emigraran de Alemania y de
que el régimen nazi persiguiera a los intelectuales, a los escritores y a los
científicos desafectos a éste - persecución que alcanzó unos de sus primeros
puntos álgidos con la quema pública de «libros no conformes al espíritu
alemán», organizada por Goebbels y llevada a la práctica por la dirección de la
asociación estudiantil nazi el 10 de mayo de 1933, en la Plaza de la Ópera de
Berlín- fue aceptado por la población, sin que ésta apenas se diese cuenta de
que esto suponía -como se habría de demostrar más tarde- una pérdida para la
vida intelectual del país. A partir de septiembre de ese mismo año, Goebbels, a
través de la Cámara de Cultura del Reich, institución creada el 22 de
septiembre de 1933, fue el que organizó la práctica totalidad de la vida
cultural de la nación, poniendo la misma al servicio del Estado nazi.
A diferencia de lo ocurrido con la «igulación» de los Länder (Estados
Federados), proceso que había suscitado la desilusión de los «socios>>
conservadores de Hitler, las acciones emprendidas por los nazis contra los
sindicatos el 2 de mayo de 1933 -acciones que habrían de representar un paso
decisivo en la implantación de la dictadura- recibieron el apoyo de la
burguesía y de las tradicionales capas dirigentes. Con anterioridad, el NSDAP
había dado muestras del temor que sentía hacia los sindicatos. En las
elecciones sindicales celebradas en marzo de 1933, los nazis no habían
conseguido eliminar la influencia de los mismos. Como consecuencia de esto, el
partido nazi rehuyó una confrontación directa con la ADGP (Federación de
Sindicatos Alemanes) y, en general, con la clase obrera, eligiendo una doble
estrategia, en la que los gestos amistosos de un primer momento cedieron su
puesto a la persecución y a la violencia. A este respecto, el uno de mayo fue
declarado <<fiesta nacional del trabajo» y la misma se conmemoró, con la
colaboración de los sindicatos, mediante gigantescas concentraciones de masas.
Al igual que había ocurrido con los partidos políticos, la ADGP, bajo la
dirección de su presidente, Leipart, trato de sobrevivir al ataque de los nazis
sometiéndose a un proceso de adaptación dirigido a salvar las estructuras
organizativas de los sindicatos. A este respecto, la junta directiva de los
sindicatos libres dio seguridades a las autoridades nazis de que éstos dejarían
a un lado las cuestiones políticas y se limitarían a actuar, independientemente
del tipo de régimen imperante en el país, en el campo social. Al obrar así, los
dirigentes de los sindicatos abrigaban esperanza de que los nazis permitirían
al menos la existencia un sindicato único independiente. Dicha esperanza
pareció hacer realidad con los actos celebrados el 1 de mayo de 1933, mas día
siguiente se comprobó que todo había sido un espejismo. El 2 de mayo, de
acuerdo con un plan secreto previamente establecido, los nazis procedieron a
ocupar las sedes de los sindicatos y a encarcelar a sus dirigentes.
Mientras que la Iglesia Católica afrontó unida los conflictos que la
enfrentaron al estado nazi, en la Iglesia Evangélica las disensiones entre la
corriente renovadora y la corriente conservadora entre los adeptos de la
teología liberal y del socialismo religioso por una parte, y los jóvenes
reformadores>> y los <<nazis evangélicos», que se declaraban
«cristianos alemanes».
El ascenso de las SS. Esta organización no sólo se convirtió en la
<<guardia pretoriana» de Hitler, sino también, de forma creciente, en la
avanzadilla ideológica y en el sostén de la política racial nazi. En efecto,
tan sólo un año después de que se produjera el ascenso de los nazis al poder,
las SS, al mando de Himmler, arrebataron a la SA el control de la policía
política en todos los Länder.
Aprobaron el proceder de Hitler, proceder que, por lo demás, contó
también con el apoyo de Carl Schmitt, a la sazón principal teórico alemán en
cuestiones legales, el cual lo justificó en un artículo titulado: «El Führer
defensor del Derecho». En dicho artículo se asignaba al «verdadero Führer» las
tareas que correspondían a los jueces, otorgándosele además la capacidad y la
obligación de <crear derecho de forma inmediata, en virtud de su título de
Juez supremo de la nación» en los momentos de peligro. De esta forma,
las arbitrariedades de Hitler recibieron el respaldo legal. A partir de ese
momento, al carácter ilimitado del poder del caudillo nazi se le otorgó el
rango de un principio jurídico.
Los procesos de <<igualación» y de «toma de poder», procesos, por
lo demás, proyectados a largo plazo y puestos en práctica de forma improvisada,
se llevaron a cabo recurriendo a los métodos siguientes:
1.º utilización de instrumentos legales ya existentes, 2.º creación
constante de instrumentos legales nuevos, 3.º establecimiento de nuevas
instancias de poder y 4.° mediante acciones de carácter espontáneo llevadas a
cabo en la calle por orden del Führer» (94: G. Schulz). El proceso de «toma del
poder» llevado a cabo por Hitler consistió en una transformación radical, tanto
a nivel de política exterior como interior, de un Estado constitucional y de
derecho en un «doble estado>> de carácter dictatorial. Los efectos
políticos, sociales y económicos de dicha transformación no se manifestaron
hasta años después de comenzada la misma. El caudillo nazi conservó los
instrumentos del Estado de derecho en la medida en que los mismos le servían
para alcanzar, y enmascarar, sus objetivos, entre los cuales se encontraban, y
no en último término, los ideológicos. Mas, por otro lado, tras dicho estado se
hallaba presente un «estado ejecutivo» de carácter terrorista, estado que
habría de determinar la historia del Tercer Reich y que se manifestaba con la
suficiente claridad como para que se pudiese sentir constantemente su amenaza.
En definitiva, el proceso de «toma del poder>> consistió en una
de «esas revoluciones características del siglo xx que progresan merced al uso
de instrumentos de nuevo cuño como son el terror, la sugestión de masas, el
control y la coacción» (80: K. D. Bracher). En el lema de la «reconstrucción
nacional», las capas dirigentes y la población en general vieron una forma de
liberarse del tratado de paz de Versalles, tratado que consideraban ofensivo y
humillante para Alemania. Y el hecho de que la revolución nazi se desarrollara
con visos de legalidad imposibilitó el que un pueblo tan amante del orden y la
legalidad como el alemán sospechase que se había producido una quiebra de ésta.
El quebrantamiento del Derecho a través de la Ley otorgó al proceso de «toma
del poder>> un aspecto de legalidad, aspecto que originó confusión y
confianza por partes iguales, y a cuyo socaire se implantó la dictadura
totalitaria de Hitler. La fórmula nazi para alcanzar el éxito consistió en
amenazar con el terror y en utilizar éste, en aquellos casos en los que una
interpretación amplia de las leyes y la gran capacidad de adaptación del pueblo
alemán no bastaban para llevar a cabo la transformación radical del Estado
constitucional.
A este respecto, resulta evidente que el profundo antiparlamentarismo
de las élites alemanas redundó en beneficio del proceso de "toma del
poder".
La tranquilidad engañosa que se instauró en Alemania, tranquilidad que
posibilitó la sustitución del Estado de derecho burgués por un Estado de
excepción de carácter terrorista, fue algo por lo que, años más tarde, tuvieron
que pagar con su vida muchas de aquellas personas de ideología conservadora que
ayudaron a Hitler a conseguir el poder y que colaboraron con éste en el
ejercicio del mismo.
Los representantes de las tradicionales capas dirigentes, como
consecuencia de la pervivencia de dichos bastiones, llegaron a la conclusión de
que podrían servirse de Hitler y de su <<movimiento>> con el fin de
hacer perdurar, mediante una política de signo socialdemócrata, el orden
establecido. Sin embargo, lo cierto es que fueron Hitler y su partido los que
se sirvieron de las élites tradicionales, de su experiencia e influencia,
mientras les fueron útiles y necesarias. De lo dicho anteriormente se deduce
que uno de los rasgos característicos de la fase inicial de la historia del
Tercer Reich fue la cooperación, cooperación que se derivó de una indudable
identidad de intereses, entre los nazi y los conservadores, cuya alianza, por
lo demás, había sellado, poco antes, el destino de una democracia rechazada por
ambos.
A pesar de que dichos procesos fueron llevados a cabo de forma
improvisada por un partido que buscaba a toda costa la conquista del poder, los
mismos alcanzaron sus objetivos. Los nazis se aprovecharon de dichas
situaciones y aunaron con maestría diabólica lo casual a lo planificado, con el
propósito, firme aunque definido de forma confusa, de transformar radicalmente
a Alemania, de proporcionar al partido y su Führer el monopolio del poder en el
interior del país.
No obstante, los campos de concentración se encontraban bajo la
custodia de las SS. Su desarrollo, «determinado por el paso del terrorismo
improvisado de los primeros años a los asesinatos en masa del periodo final del
régimen (79: K. D. Bracher)», marca la evolución de un estado policial.
Al principio fueron deportados o encarcelados allí en especial los
«oponentes políticos y religiosos>> del nacionalsocialismo, sin haber
sido sometidos a un juicio conforme a las leyes y, tal como decía la propaganda
oficial del régimen, por razones «preventivas, educativas o de seguridad». Además
de la «prisión preventiva» de los campos de concentración, existía un gran
número de campos de trabajo, en la que los prisioneros trabajaban como esclavos
al servicio de las SS y de la economía de guerra.
Su encarcelamiento se producía en virtud, sobre todo, del llamado
decreto <<Nach und Nebel» (Noche y Niebla) promulgado por Hitler el 7 de
diciembre de 1941. El mismo posibilitaba encarcelar en los campos de
concentración a las personas que oponían al régimen, sin que los parientes
conociesen el destino de éstas.
Un aparato policial en constante perfeccionamiento garantizaba el que
la población cumpliese las diferentes medidas legales y la «legislación
especial promulgada como consecuencia de la guerra» (88: W. Hofer).
El terror ejercido por el aparato de justicia sirvió a ubicua dictadura
de Hitler y él mismo entró en su fase última más sangrienta al iniciarse el
desarrollo de una jurisprudencia nacionalsocialista con ocasión de la asunción,
el 24 de agosto de 1942, del cargo de presidente del «Tribunal del Pueblo>>
por parte del Roland Freisler, calificado por el dictador, de forma
significativa, como el Vichinski de su régimen.
La preocupación de Hitler por el estado de ánimo del pueblo alemán,
pueblo sojuzgado por él mediante el terror y los campos de concentración y al
que quería empujar hacia la supremacía mundial o al abismo de la extinción.
No dejaban ninguna duda de que el anuncio de que se tomarían «otras
medidas>> al respecto y la utilización de expresiones tales como
<disminución natural>» y «tratamiento adecuado>> no eran más que
una forma retórica de quitarle importancia al proceso de exterminio que se
estaba iniciando.
Hitler, en un documento fechado el 1 de septiembre de 1939 y dirigido,
en octubre de ese mismo año, al jefe de la «cancillería del Führer>> y a
su médico personal, ordenó que «ampliaran las facultades de determinados
médicos al objeto de que los mismos pudiesen practicar la eutanasia a aquellos
enfermos a los que se les hubiese diagnosticado una enfermedad incurable».
Su existencia es inimaginable, si no se la pone en relación con los
proyectos, los objetivos, la voluntad y la psicología de Hitler y, sobre todo,
es impensable sin la aprobación y la tolerancia de éste, el cual, por lo demás,
trató también de conducir al pueblo alemán al abismo, cuando se perfiló la
amenaza de una derrota militar, dado que, según sus convicciones más profundas,
el mismo había fracasado en la lucha por conseguir la supremacía mundial.
A este respecto, no obstante, el terror, como instrumento de poder, no
sólo no fue un medio nada despreciable a la hora de alargar la guerra, sino
que, como mínimo, jugó un papel tan importante como la propaganda. Él mismo se
dirigió sobre todo - en el curso, por ejemplo, de la «Operación
Tormenta>> del 22 de agosto de 1944- contra unas 5.000 personas que
habían sido ministros, alcaldes, parlamentarios o funcionarios de los partidos
y de la Administración durante la República de Weimar. Los mismos, entre los
que se encontraban Konrad Adenauer y Kurt Schumacher, fueron detenidos y
encarcelados. Estaba claro que al objeto de poder continuar la lucha hasta el
último momento, las autoridades nazis trataban, en previsión de la derrota que
se anunciaba, de eliminar a esa «reserva política de Alemania» (111: S.
Haffner) que estaba en condiciones de tomar las riendas del país en el caso de
producirse un eventual cambio de gobierno.
Como consecuencia de las experiencias comunes vividas en su lucha
contra el nacionalsocialismo por los miembros de la resistencia, con
independencia de su ideología conservadora, burguesa o socialista, la nueva era
iniciada en 1945 hizo nacer la esperanza en la medida en que el Tercer Reich
había mostrado su desprecio total por la "dignidad humana".
... hasta la población civil se fue dando cuenta, cada vez con mayor
claridad, que Hitler no era ya ese ser superior que «sojuzgaba a su arbitrio,
sin apenas dificultad, a los débiles y desprevenidos».
En el momento en que fracasaron sus ambiciosos proyectos raciales y
expansionistas, el caudillo nazi dirigió su odio, nacido de sus vulgares dogmas
racistas, contra su propio pueblo, condenándole al exterminio total.
En aquel entonces, la mayoría del pueblo alemán no podía darse cuenta,
con la claridad con la que podemos hacerlo hoy, que un estado ilegítimo que violaba
todas las normas a nivel nacional e internacional no tenía derecho alguno a
exigir la obediencia de los ciudadanos y que, por tanto, la resistencia al
mismo ya hacía tiempo que se había convertido en un deber moral.
Friedrich Meinecke, dijo lo siguiente refiriéndose a Hitler:
<<Este hombre no tiene patria.» Y el historiador Otto Hintze expresó de
forma intuitiva esa tremenda singularidad del Tercer Reich, que superaba a
cualquier otro credo o ideología de la historia y que se resumía en el odio
atávico y destructivo de Hitler por cualquier tipo de tradición, cuando
manifesto: <<Este hombre no pertenece de modo alguno a nuestra raza.
Existe algo extraño en él, algo que parece proceder de una raza primitiva y
extinguida que no hubiese superado todavía el estadio de completa amoralidad»
(595).
<<El fascismo es la dictadura manifiestamente terrorista de los
elementos más reaccionarios, chauvinistas e imperialistas del capital» (Der
Faschimus in Deutschland, XIII, Plenum des EKEI, diciembre de 1933, Feltrinelli
repr. 1967, 277).
<<una ideología, un partido, una policía secreta que actúa de
forma terrorista, un monopolio de la información, un monopolio de las armas y
una economía centralizada. A partir de ellos se constituye el modelo
totalitario» (ibid., 80).
En dicho libro, Heiden trata, entre otros temas, la cuestión de si
Hitler obró sobre todo de forma meditada o si, por el contrario, actuó más bien
de forma improvisada. A pesar de que el autor considera que el oportunismo fue
uno de los rasgos fundamentales de la personalidad de Hitler, el mismo no pasa
por alto los factores sistemáticos presentes en la política del <<más
grande agitador de hombres de la historia universal>> (112: Heiden,
Hitler, tomo 1, 6), afirmando acertadamente (ya en 1937): «Todas las genuinas
acciones políticas de Hitler descansan en el programa expuesto en Mein Kampf»
(ibid., tomo 2, 255).
A partir de ese momento, junto a la visión de un estado monolítico
centrado en la figura del Führer, la consideración de la «anarquía autoritaria»
(W. Petwaidic) y del caos de competencias institucional como características de
la dictadura nazi.